miércoles, 17 de enero de 2018

Desestabiliza que algo queda



Sucedió a comienzos de la década de los 90 del pasado siglo, durante la guerra de los Balcanes. La Sexta Flota estadounidense realizaba maniobras en el Mediterráneo. Un juego de guerra habitual en aquellos tiempos, cuando las grandes potencias se disputaban el poder por tierra, mar y aire. Pero algo insólito pasó aquél día. El portaaviones Nimitz, buque insignia de la escuadra, quedó totalmente incomunicado. Un repentino apagón de las ondas hertzianas afectó las comunicaciones radiotelefónicas, el radar y el sistema de teledirección de misiles. Durante unos minutos, el gigante de acero quedó ciego y sordo. ¿Explicación lógica? Ninguna.

Lo cierto es que aquella mañana el almirante comandante de la flota informó lacónicamente a la oficialidad reunida en la cubierta: “Señores, la época del poderío naval ha acabado. Estamos entrando en una nueva era; empieza la guerra del ciberespacio…” Una guerra poco tradicional, sin campos de batalla ni concentración de tropas, sin bajas reales, pero con más daños colaterales. Pero el peligro tardó décadas en materializarse.

Huelga decir que desde el espionaje tradicional – sustracción de documentos, acciones de propaganda o intoxicación de la población civil – hasta la utilización masiva de las nuevas tecnologías hay un abismo. Los primeros casos de espionaje informático se remontan a la década de los 70, cuando los servicios de inteligencia estadounidenses detectaron la presencia de agentes chinos en los organismos de defensa. Su objetivo prioritario: apropiarse de la tecnología militar americana. Hoy en día, los chinos cuentan con alrededor de 25.000 agentes en suelo norteamericano. 

Otro caso muy sonado fue el de Jonathan Pollard, ex analista civil de los servicios secretos de la Marina de los Estados Unidos, condenado por espiar para Israel. Pollard reconoció su culpabilidad antes de la celebración del juicio, esperando conseguir una reducción de pena.
  
Pero esos incidentes embrionarios poco o nada tienen que ver con la verdadera guerra informática. Hay constancia de la utilización de tecnología cibernética en Bosnia, Kosovo, Taiwán, Estonia, Yemen, Oriente Medio, las mal llamadas “primaveras árabes”. Sin olvidar las ofensivas detectadas, denunciadas y condenadas por los Gobiernos occidentales: la posible y muy probable manipulación de las últimas elecciones presidenciales norteamericanas y, más recientemente, el “procés” catalán.
La lista de ataques informáticos es muy amplia. Recodemos los más sonados: 

· En 1999, durante la guerra de Kosovo, varios centenares de hackers, liderados por el capitán Dragan, un ex militar serbio, se introdujeron en los ordenadores de la OTAN, la Casa Blanca y la fuerza naval estadounidense en el Mediterráneo. Con sus cuarenta ordenadores, trataron de contrarrestar la campaña mediática de la Alianza Atlántica. Su meta: desmentir las noticias facilitadas por la OTAN.    

· En 2003, el sistema informático de Taiwán fue sometido a un ataque llevado a cabo con virus y troyanos por el ejército chino. 
· En 2007, Estonia fue víctima de ciberataques dirigidos contra los bancos, medios de comunicación e instituciones gubernamentales. Se detectó la intervención de hackers rusos.
 · En 2012, los ordenadores de Arabia Saudita, Egipto,  Irán, Israel, Sudán y Siria, fueron infectados con el malware Flame o sKyWIper, diseñado expresamente para tareas de ciberespionaje. Conviene recordar que la región pasaba por un período muy convulso. 
Pero hay más: el 28 de noviembre de 2010, el portal WikiLeaks, fundado por el australiano Julian Assange, publica un paquete de 8.761 documentos confidenciales procedentes de los archivos de la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense. Se trata de material restringido, relativo a asuntos de defensa, vigilancia, corrupción, técnicas empleadas por los servicios secretos de Washington.  
En junio de 2013, Edward Joseph Snowden, antiguo empleado de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional,  difunde, a través de los diarios The Washington Post y The Guardian, documentos ultrasecretos relativos a los programas de vigilancia PRISM y XKeyscore..
A mediados del año 2015, el grupo hackers APT29, identificado como  “mercenarios de las autoridades rusas”, entró en la red del partido Demócrata, robado información de los colaboradores de Hillary Clinton. El presidente Obama no disimuló su enfado, responsabilizando a Vladímir Putin del hackeo de la cuenta de John Podesta,  jefe de la campaña del Partido Demócrata, así como de los archivos de la Fundación  Clinton. Las revelaciones del operativo, difundidas a través de WikiLeaks, DCLeaks y GUccifer, ponían de manifiesto la alianza estratégica de la candidata demócrata con los grupos financieros de Wall Street.
La Administración Obama decretó sanciones diplomáticas contra Rusia, alegando que las autoridades moscovitas habían tratado de perjudicar a la candidata demócrata, favoreciendo a Donald Trump. Sin embargo, Moscú rechazó las acusaciones de la Casa Blanca.
Otra injerencia patente fue la difusión de noticias falsas durante el “procés” catalán (septiembre – noviembre del pasado año), cuando el aparato de propaganda rusa se volcó a la causa independentista, asegurando que la inmensa mayoría de la población de Cataluña apoyaba el secesionismo. Esta vez, la agresividad verbal de la maquinaria de propaganda desencadenó el sistema de alarma de la Unión Europea. Obviamente, las noticias falsas presuponen un peligro real para la seguridad de los Estados miembros de la UE. Hacía falta crear estructuras de defensa eficaces.
En octubre de 2014, el relator especial de la ONU sobre contraterrorismo y derechos humanos presentó ante la Asamblea de Naciones Unidas un informe en el que se condena explícitamente al ciberespionaje masivo en Internet. Conviene señalar, sin embargo, que los  delitos de espionaje cibernético o la ciberguerra no están tipificados ni castigados en los tratados internacionales.  
La reciente reacción de las agencias de seguridad estadounidenses -  CIA, FBI, Seguridad Nacional – abre la vía al inicio de un proceso político y jurídico para elaboración de acuerdos multilaterales destinados a punir los delitos cibernéticos.
Tenía razón el almirante de la Sexta Flota al vaticinar el final de la Guerra Fría. Entramos en la era de la Guerra Cibernética.

martes, 9 de enero de 2018

La “primavera iraní” - ¿un asunto interno?


“Si las primaveras árabes fueron ideadas por gnomos del equipo de George W. Bush y llevadas a la práctica con la inestimable ayuda de veteranos asesores de la Administración norteamericana, no cabe la menor duda de que la cacareada primavera iraní es un invento de Dolad Trump”, afirmaba recientemente un cínico analista político libanés afincado en Francia. 

Ficticia o real, la acriminación encuentra eco en las manifestaciones de numerosos políticos y diplomáticos europeos o asiáticos, quienes no dudan en calificar la impetuosa actuación del actual inquilino de la Casa Blanca de intrusión en los asuntos internos de la República Islámica de Irán. La reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, convocada a finales de la pasada semana por la diplomacia estadounidense, ha puesto de manifiesto el rechazo de los miembros de la ONU ante la arrogante política imperial de la Casa Blanca. “Los problemas internos de Irán no constituyen un peligro para la paz mundial”, advirtieron los embajadores de las grandes potencias que integran el Consejo.

Cierto es que tanto el Presidente Trump como el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tienen interés en acabar, de forma más o menos pacífica, con el régimen de los ayatolás. Donald Trump pretende liquidar el legado de su antecesor, Barack  Obama: el acuerdo nuclear con Teherán, que no es del agrado de los legisladores republicanos. Por su parte, Netanyahu espera ansiosamente la “luz verde” de Washington para la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes, deseada por mentor, el general Sharon.
  
No hay que extrañarse, pues, al comprobar que los ayatolás echan la culpa de todos los males a los “agentes extranjeros” - Estados Unidos, Gran Bretaña, Arabia Saudita o Israel. Nada nuevo bajo el sol: lo mismo sucedió durante las últimas semanas del reinado del Sha, cuando se identificaba a los miembros de la guardia imperial dedicados a reprimir las revueltas populares con… ¡agentes del Mosad israelí!

Sin embargo, parece más que improbable que los manifestantes de 2018 acepten esas alegaciones. En comparación con la revuelta de 2009, organizada por una agrupación supuestamente liderada por los “verdes”, la actual primavera iraní es la emanación de un movimiento más heterogéneo, que congrega a exponentes del Irán profundo, las capas más desfavorecidas de la sociedad persa, hasta ahora ausente en las movilizaciones populares, a jóvenes, estudiantes, parados y mujeres. En este caso concreto, las quejas de los iraníes son múltiples y variopintas. ¿Su común denominador? La innegable voluntad de cambios estructurales.

Las primeras manifestaciones tuvieron como escenario la población de Mashad, ciudad natal del ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de la revolución islámica y el feudo de la resistencia contra su adversario político, el reformador Hasán Rouhaní. Al día siguiente, las protestas se trasladaron a Kermanshah, localidad afectada por el último terremoto. Luego el movimiento se extendió a Teherán y otras localidades del país. La intervención de los Guardianes de la Revolución, unidades de élite que se dedican a proteger al régimen teocrático, se saldó con más de una veintena de muertos, centenares de heridos y detenciones masivas. Si bien el general Mohamad Alí Yafar, comandante en jefe de los Guardianes, se precipitó en anunciar el “fin de la sedición”, las protestas siguieron durante el fin de semana.

¿Se puede hablar de “sedición”? Aunque en las primeras horas se oyeron gritos de No a la República Islámica o Abajo el dictador (por el ayatolá Jameney), el movimiento se tornó rápidamente en una protesta social. Los “sediciosos” reclaman la introducción de nuevas reformas socio-económicas, ansiadas por la sociedad civil.

Los manifestantes denunciaban el  alto índice de desempleo – el 12,4 por ciento – alrededor del 29 por ciento en el caso de los jóvenes; una tasa anual de inflación del orden del 9 por ciento (controlada por las autoridades, puesto que en 2013 se había registrado la cifra récord del 35 por ciento); el aumento desmesurado del precio de los alimentos, la carestía de los hidrocarburos, el estancamiento de los sueldos (el salario mínimo ronda el torno a 155 – 170 euros),  el elevado gasto militar, debido ante todo al involucramiento del ejército y de las agrupaciones paramilitares en el conflicto del Yemen, el control de algunas zonas clave en la vecina Irak, así como la presencia de elementos castrenses en Siria y en el Líbano. A ello se suma el funcionamiento salvaje de sociedades financieras “opacas”, creadas durante la presidencia del populista Mahmud Ahmadineyad, acérrimo oponente de la política del ayatolá Rouhaní.

Por último, aunque no menos importante, la campaña a favor de los derechos básicos de los ciudadanos y las reivindicaciones más que justificadas de los grupos feministas.

Obviamente, el principal factor de la crisis es la patente incapacidad de los clérigos de llevar a cabo impostergables reformas económicas o de combatir la corrupción, un mal existente durante la época del Sha que, dicho sea de paso, fue el detonante (o la coartada) para el cambio de régimen.

Las embrionarias medidas contempladas por Hasán Rouhaní – reducción de los impuestos e incremento de los sueldos bajos – servirían para redorar, al menos, provisionalmente, la imagen del actual Gobierno. Sin embargo, podrían avivar las críticas de una oposición empeñada en condenar la aparente  “debilidad” del ala reformadora del establishment político, liderada por el propio Rouhaní.
Cabe suponer, pues, que al finalizar esa criptoprimavera persa, el país entrará en una etapa de inestabilidad, deseada por los detractores de la República islámica. La lista es muy larga: son legión…