lunes, 11 de diciembre de 2017

Un regalo para Israel, un desastre para Oriente Medio


Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
Pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
Si de ti no me acordare…


(Salmos 137:5-6)

Podría parecer un tanto extraño empezar este análisis con una cita bíblica. Una extravagancia digna de aquella milenaria urbe, venerada por las tres grandes religiones monoteístas. Judíos, cristianos y musulmanes la invocan siempre en sus rezos; la aman, la respetan, la odian. Jerusalén, Yerushalayim, Al Quds, cuna, refugio y tesoro de credos y culturas diferentes, de tradiciones dispares o convergentes, donde la ternura y el rencor se entremezclan desde el alba hasta el crepúsculo. 

Ciudad abierta, patrimonio universal, ciudad de nadie. He rezado en el Santo Sepulcro, he honrado a las víctimas del Holocausto en el Muro de las Lamentaciones, me he detenido, a la sombra de los olivos, en la explanada de las Mezquitas. La Jerusalén que llevo en el corazón, la ciudad de paz, de la inexistente Paz, está bañada, al anochecer, por los rayos de Sol color púrpura, que convierten el cielo en un manto ensangrentado.
  
Al que eso escribe no le ha sorprendido, pues, la decisión del fervoroso Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital del Estado de Israel. Una decisión, dicen, que obedeció más a una promesa electoral formulada ante una asamblea de cristianos evangélicos que a consideraciones de alta política internacional. Sabido en que el  Presidente de los Estados Unidos desconoce el concepto de “visión histórica”. En sus recientes giras internacionales logró indisponer a los aliados europeos, acentuar la escisión entre las corrientes mayoritarias del Islam, los chiítas y los sunitas, enemistarse con los vecinos de su país. La capitalidad de Jerusalén era, pues, una… asignatura pendiente. Tal vez no la única ni la última.

Trato de hacer memoria: en el plan de partición de Palestina elaborado por las Naciones Unidas en 1947, Jerusalén aparece como corpus separatum, sometido a la administración internacional. En principio, el equipo de altos cargos de la ONU, coordinado por el español Pablo de Azcárate, tenía que haber sentado las bases de la administración de Jerusalén. Azcárate coincidió en esa misión con el conde Folke Bernardotte, diplomático sueco que había desempeñado importantes tareas de mediación durante la Seguda Guerra Mundial. La primera propuesta de Bernardotte tras su llegada a Palestina contemplaba la creación de un solo Estado, integrado por… ¡árabes y judíos! Tras el fracaso de este proyecto, la ONU elaboró un segundo documento, en el que se contemplan la creación del Estado de Israel, el establecimiento de relaciones armoniosas entre las dos comunidades étnicas, la firma de una tregua o acuerdo de paz entre árabes e israelíes, la internacionalización de Jerusalén, otorgando autonomía a los vecinos pertenecientes a las comunidades hebrea y musulmana, el regreso a los territorios controlados por Israel de los pobladores árabes expulsados durante la guerra de Independencia. En resumidas cuentas, una serie de propuestas conflictivas, que no se han materializado en las últimas siete décadas. ¿Fue esta una de las razones por las que Bernardotte fue asesinado en Jerusalén en septiembre de 1948? Lo  cierto es que la misión de la ONU empezaba con malos augurios.

Jerusalén, declarada capital del Estado judío en diciembre de 1949 por el entonces Primer Ministro David Ben Gurion, ha sido siempre la manzana de la discordia del enmarañado conflicto israelo-palestino. Durante décadas, el establishment hebreo defendió la capitalidad de la ciudad Tres Veces Santa. Tras la ocupación en 1967 del sector oriental (árabe), los israelíes empezaron a coquetear con la idea de la “reunificación” de Jerusalén. En los años 90, se acuñó el término de “capital eterna e indivisible” de Eretz Israel. Para la comunidad árabe, Al Quds (Jerusalén) es y será la capital de “su” Estado: la Palestina independiente. Conviene recordar que durante las consultas  llevadas a cabo en los últimos 30 años, los negociadores tropezaron con este insalvable obstáculo. 

La decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital de Israel no sólo desató la ira de los musulmanes, sino también la reprobación de los aliados europeos de Washington. En efecto, mientras el movimiento islamista Hamas, que controla la Franja de Gaza, apuesta por desencadenar la tercera intifada, que debería culminar con la liberación definitiva del tercer santuario del Islam, Jordania y Turquía coordinan sus esfuerzos para crear un frente de rechazo amplio del mundo musulmán contra la iniciativa de la Casa Blanca. Arabia Saudita y Qatar – “hermanos enemigos”  - se suman al concierto de voces árabes que condenan la decisión de Trump. Francia tilda la resolución de “lamentable”; Rusia, de “peligrosa”; Turquía, de “irresponsable”.
   
Para los politólogos, el gesto de Donald Trump acabará neutralizando la iniciativa de paz de su yerno, Jared Kushner, generando acciones violentas en los territorios palestinos, desestabilización en la zona  y nuevas amenazas terroristas.

Pese al discurso triunfalista del Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu, la Bolsa de Tel Aviv cerró a la baja el pasado miércoles, siguiendo la tónica de la mayoría de los mercados asiáticos. Síntoma de nerviosismo: los israelíes se precipitaron  a comprar… dólares, reacción lógica y habitual en vísperas de conflictos bélicos.

Estiman los analistas que el precio del crudo experimentará un notable incremento en las próximas semanas. Si bien el año podría terminar con una cotización de 80 -88 dólares por barril de oro negro, se calcula que en el primer semestre de 2018 el precio podría superar la cuota de los 100 dólares.

Pero recordemos que el Presidente Trump ha hecho un llamamiento a la… calma.