martes, 28 de febrero de 2017

“No” – la palabra vedada


Aviso a los navegantes, viajeros, turistas o simples intrusos que tratan de adentrarse en el cada vez más tortuoso laberinto de la política turca: bajo ningún concepto utilicen la palabra “no”. Por muy extraño que ello parezca, en las últimas semanas, la negación se ha convertido en sinónimo de aliado de los terroristas del PKK, simpatizante de los golpistas del 15 de julio de 2016, o seguidor del clérigo Fetullah Gülen, antiguo valedor de Erdogan, que se ha convertido en el enemigo público número uno del régimen de Ankara. Y todo ello, en un ambiente político cada vez más enrarecido, donde las purgas, los ceses de funcionarios públicos, la defenestración de catedráticos  y las detenciones se tornan en una especie de lúgubre “pan nuestro de cada día”. Lejos quedan las rígidas, aunque añoradas estructuras del kemalismo, criticadas tanto por los ultraliberales como por los ultrarradicales. Ambos extremos pedían cambios. Mas el cambio que se está perfilando en el horizonte del país otomano parece más bien inquietante.
Pero vayamos por partes: ¿a qué se debe la negación del “no”, la demonización de esta palabra en el enrevesado vocabulario político turco? Todo parte de una ambiciosa apuesta que el Presidente Erdogan quiere ganar. Se trata de la reforma constitucional impulsada por su formación política, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), cuyo principal objetivo es sustituir el actual sistema parlamentario por un régimen presidencialista, que confiere plenos poderes al Jefe del Estado.
El partido liderado por Erdogan dio el primer paso hacia la reforma de la Carta Magna tras alzarse con la victoria en las elecciones generales de 2011. Sin embargo, el Parlamento logró neutralizar las maniobras del AKP. En 2014, tras la elección de Erdogan en el cargo de Presidente de Turquía, las propuestas de cambio empezaron a proliferar. Algunos de los allegados del Presidente decidieron tirar la toalla. Es el caso del exprimer ministro Ahmet Davutoglu, incondicional aliado y reservado confidente de Erdogan, que dimitió en mayo del pasado año, a raíz de un enfrentamiento sobre la posible, aunque no hipotética supresión del cargo de Jefe de Gobierno. ¿Mero conflicto ideológico?   El porvenir nos lo dirá. Lo cierto es que el proyecto que será sometido a referéndum el próximo día 16 de abril contempla 18 enmiendas constitucionales, que deberían allanar la vía hacia un sistema más rígido (o autoritario) que permitiría a Erdogan mantenerse en el poder hasta 2029.
Huelga decir que esta iniciativa está avalada también por el ultraderechista Partido de Acción Nacionalista (MHP). Aparentemente, la derecha confía que el cúmulo de poderes sería mejor garantía para “poner fin al terrorismo”. Un terrorismo existente o fomentado, según los casos. Cabe recordar que el coqueteo de Ankara con el Estado Islámico ha debilitado las estructuras de las habitualmente temibles servicios de inteligencia turcos.  Las purgas llevadas a cabo después del fracaso de la intentona golpista del pasado mes de  julio han acentuado aún más el malestar. Frente al actual estado de cosas, la derecha ultranacionalista reclama una política de “mano dura”.
Mientras los politólogos barajan las posibles consecuencias de la victoria de un “sí” en el referéndum del mes de abril, ya que el “no” ha desaparecido casi por completo de la publicidad, de la televisión, de las librerías – situación un tanto anacrónica para un país que se reclama moderno y democrático, los analistas financieros centran su interés en el “cansancio” de la economía turca. Los síntomas son a la vez múltiples y preocupantes: disminución del turismo, depreciación de la libra turca, éxodo de las compañías extranjeras, incremento de los aranceles y los impuestos sobre las actividades económicas, aumento de la tasa de paro.
El Gobierno ha optado por jugar la baza de la “seguridad”, fomentado el miedo y la incertidumbre. Malos augurios para un país llamado a… cambiar de rumbo. Pésimos augurios para el comatoso kemalismo.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Trump: de la islamofobia al caos


“Viaje a los Estados Unidos mientras todavía se lo permiten”. El anuncio, publicado recientemente por los rotativos de Amman, formaba parte de una agresiva campaña publicitaria de Royal Jordanian, compañía de bandera del reino hachemita, que se adelantaba, en clave de humor, a la orden ejecutiva de la Casa Blanca que prohíbe la entrada en suelo americano a titulares de pasaportes sirios, iraquíes, libios, somalíes, sudaneses, yemenitas e iraníes. Se trata de en los que el empresario-presidente no tiene intereses económicos. La controvertida decisión de Trump no afecta, al menos por ahora, a los ciudadanos de Egipto, Arabia Saudí, Líbano, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Turquía. Aunque la orden ejecutiva haya sido suspendida por un juez estadounidense, la medida abrió viejas heridas. Recordemos que después de los atentados del 11 S el mundo musulmán acusó a la Administración Bush de llevar a cabo una política antiárabe.  Los asesores de la Casa Blanca tuvieron que rectificar: no se trataba de censurar al Islam, sino de condenar la actuación de los “islamistas”. Sin embargo, se les olvidó añadir la palabra “radicales”.

Tanto George W. Bush como Barack Obama trataron de disociar – por razones tal vez diametralmente opuestas - las palabras Islam y terrorismo. El republicano fue aconsejado por sus asesores, vinculados a los intereses de las grandes compañías petrolíferas. Por su parte, Obama pecaba por su incomprensible buenismo, actitud que generó roces con algunos gobernantes árabes. Ninguno de los dos fue capaz de articular propuestas de paz coherentes para Oriente Medio. Ninguno de los dos logró granjearse la simpatía de las partes en el conflicto. ¿Y Donald Trump?

La monarquía saudí, que acogió con satisfacción la llegada del multimillonario a la Casa Blanca, confiando en que Trump dejará de coquetear con el régimen de los ayatolás de Teherán o de apoyar los movimientos revolucionarios mimados por Obama, el Presidente Trump se torna en un aliado bastante molesto. Las conflictivas medidas adoptadas durante los primeros 10 días de su mandato han generado reacciones adversas en el mundo musulmán.

Mientras la Organización de Cooperación Islámica, con sede en la Meca, estima que la ordenanza de Trump afecta de manera injusta a los refugiados, favoreciendo el discurso de los extremistas, partidarios de la violencia terrorista, el monarca saudí, Salman bin Abdul Aziz al Saud, trató de persuadir al inquilino de la Casa Blanca sobre la necesidad de crear “zonas de seguridad” para las poblaciones desplazadas en los confines de Siria y Yemen. En ningún momento se aludió a la posibilidad de acoger refugiados en suelo saudí. ¿Escasez de infraestructuras? No, en absoluto: falta de voluntad política.

El presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, primer mandatario árabe que felicitó a Trump tras su elección, instó al Presidente norteamericano a reconsiderar la decisión de trasladar la sede de la Embajada de los Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Idéntico fue el mensaje transmitido por el rey Abdallah II de Jordania, uno de los primeros dignatarios recibidos en la Casa Blanca. Conviene señalar que la monarquía jordana ostenta la custodia de los santos lugares musulmanes jerosolimitanos.

“Inquietud” y “desconfianza” son las palabras que acompañan en discurso de los políticos yemenitas o los nacionalistas kurdos, quienes contaban con el apoyo de Washington para la materialización de su proyecto independentista.

Para el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, valedor del candidato republicano a la Casa Blanca, el discurso del Empresario-Presidente tiene connotaciones “molestas”. Más directa y sincera ha sido la reacción del Primer Ministro Binali Yildirim, quien criticó abiertamente la iniciativa de Trump de edificar un muro en la frontera con Méjico: “Se puede construir un muro, pero no es esta la solución. Los muros se pueden derribar, al igual que el Muro de Berlín”.

Los palestinos acogieron con estupor el nombramiento de Jared Kushner, yerno de Trump, en el cargo de negociador del proceso de paz con los israelíes. La familia de Kushner, judío ortodoxo, tiene intereses económicos en los territorios ocupados. En esas circunstancias, la objetividad resultaría más que hipotética.

¿Objetividad? La mayoría de los analistas coincide en que la Islamofobia se ha convertido en el eje de la política de Trump contra el terrorismo.  La islamofobia, es decir, el deseo de relacionar forzosamente en Islam con el terrorismo, surge en los círculos conservadores estadounidenses tras los atentados del 11 S.  Basada en el concepto del choque de civilizaciones elaborado por Samuel Huntington, la islamofobia desarrolla la teoría de que la lucha contra el Islam puede implicar la intervención armada, la aplicación de los métodos de lucha elaboradas por Israel, el apoyo a los regímenes autocráticos árabes, la legalización de la tortura, la limitación de la libertad de movimiento de los musulmanes, la limitación de los derechos y libertades fundamentales, que acompañarían  la introducción de medidas “securitatrias” en el mundo occidental.

Conviene recordar que el propio Trump se pronunció, durante la campaña electoral, a favor de la prohibición total del ingreso de los musulmanes en los Estados Unidos, alegando que el Islam es radical y que, a la hora de la verdad, “no sabemos quiénes son los musulmanes que quieren entrar en el país”.

Los asesores del Presidente, Stephen K. Bannon, Michael Flynn, Jeff Sessions, Frank Gaffney, John Bolton, etc. defienden las tesis de Huntington y aplauden las recientes medidas de Trump, que se inscriben, según ellos, en la “larga historia de la civilización judeo-cristiana de lucha contra el Islam”.  Para Flynn, “Occidente, y de manera especial, América, es más civilizada y respeta más los valores éticos y morales”.

“Estamos en guerra; en una guerra global”, asegura Stephen K. Bannon, la eminencia gris de la Casa Blanca, que muchos no dudan en tachar de racista y antisemita.
Para Asma Afsaruddin, profesora de Estudios Islámicos en la Universidad de Indiana y directora del Centro para el Estudio del Islam y la Democracia, las decisiones de Donald Trump son susceptibles de generar un enfrentamiento entre musulmanes y la cultura occidental.

En pocas palabras: el caos está servido.