lunes, 18 de enero de 2016

En la primera línea del frente y II


De hipócritas tildaron algunos los medios de comunicación de Europa oriental las palabras de Vladimir Putin, al afirmar este que Rusia no tenía intención de ser una superpotencia mundial. Inútil recordar que la Federación rusa, heredera de la extinta URSS, sigue siendo una de las naciones más poderosas de la Tierra.

Las declaraciones de Putin, recogidas por el rotativo alemán Bild Zeitung en la primera semana de enero, coincidían extrañamente con la publicación de la nueva Estrategia de Seguridad de Rusia, un documento que contiene una serie de advertencias dirigidas al establishment de Washington y de la Alianza Atlántica e indica un innegable cambio de rumbo en la política de defensa de Moscú.

En efecto, tanto el tono como la argumentación han cambiado del otro lado de la primera línea del frente. El Kremlin sostiene que el estacionamiento de nuevos efectivos de la Alianza en los confines de Rusia refleja el deseo de Washington de ejercer su dominación a escala planetaria, que conlleva, en este caso concreto, a una serie de presiones políticas, económicas y militares contra el antiguo imperio de los zares.

Señala el documento que  la expansión del potencial de la OTAN, así como el creciente protagonismo de la Alianza a nivel mundial violan el espíritu del Tratado que rige las relaciones entre la OTAN y Moscú. Más aún; la reciente activación de la estructura militar del bloque presupone una amenaza directa para la seguridad nacional del país.

Al pasar revista a las opciones geopolíticas de los EE.UU., el documento hace especial hincapié en el traslado hacia la región fronteriza de laboratorios biológicos destinados a fines militares. Existe un gran peligro de proliferación y utilización de armas químicas, que alimenta la incertidumbre acerca de la presencia de armas biológicas y/o la capacidad de algunos países de producirlos, estiman los estrategas moscovitas.

La nueva estrategia del Kremlin parece una respuesta a las sanciones impuestas por Washington y Bruselas contra Rusia tras la anexión, en 2014, de la Península de Crimea. Unas  sanciones que, de paso sea dicho, han generado más pérdidas a las economías de la UE – alrededor de 90.000 millones de euros durante el período 2014-2015 – que a la economía rusa – 25.000 millones. Sin embargo, el informe subraya la necesidad de asegurar la independencia alimentaria de Rusia.

También contempla la nueva Estrategia un notable incremento del poderío militar y naval de la Federación rusa. A partir de 2018, la Marina militar será dotada de nuevos sumergibles, que disponen de modernísimos sistemas de control y comunicaciones, difícilmente detectables por los servicios de vigilancia de la OTAN. Tampoco podrán localizar los radares utilizados por el ejército de los Estados Unidos los nuevos aviones de combate Sujoy PAK FA o T – 50, capaces de despegar desde la cubierta de los portaaviones. 

Otra de las prioridades sería el reforzamiento del papel desempeñado por los servicios de inteligencia. Ello implica, según los estrategas, la capacidad de incidir de manera eficaz en políticas planetarias.

Lo que de verdad preocupa al Kremlin son las llamadas revoluciones de colores, que representan un peligro para la seguridad nacional. Alusión obvia a la revolución de Maidan y el derrocamiento del Presidente ucranio Víctor Yanúkovich, obligado a abandonar el país tras las presiones ejercidas, muy democráticamente, por Washington y por Berlín.

Para Moscú, el conflicto de Ucrania se ha tornado en una auténtica pesadilla. La consolidación de una ideología nacionalista de extrema derecha, los esfuerzos deliberados de ofrecer una imagen pública de Rusia – enemigo potencial – convierte a Ucrania en una fuente de inestabilidad europea a largo plazo, señala el informe.

Además de temer por el desmembramiento de la Federación, los posibles ataques contra la unidad y la integridad territorial del país, la Estrategia denuncia los esfuerzos de Occidente de obstaculizar la creación de la Unión Euroasiática, espacio político-económico promovido por el Kremlin con miras a contrarrestar el peso de la Unión Europea. Dichos esfuerzos, señala el documento, afectan de manera negativa los intereses nacionales rusos.

Finalmente, al abordar el tema de los refugiados, los autores de la Estrategia hacen hincapié en la vulnerabilidad del sistema de seguridad de la región euro-atlántica controlada por la OTAN y la UE.

En resumidas cuentas, el común denominador de las nuevas estrategias de seguridad podría resumirse en una sola palabra: enemigo.

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