viernes, 23 de enero de 2015

Guerra contra la "hidra islámica" y… ¿más?


Me preguntaba el otro día un amigo periodista cuál de los dos movimientos radicales musulmanes – Al Qaeda o el Estado Islámico – resultaba, a mi juicio, más pernicioso para la seguridad mundial. Mi respuesta le sorprendió: “Pero si estamos hablando de dos engendros gemelos. Tienen los mismos padres y, si te descuidas, los mismos padrinos”. 

¿Los mismos padres? Conviene recordar que Occidente tardó en denunciar la crueldad de los combatientes del Estado Islámico, los métodos inhumanos empleados por esos nuevos defensores de la fe. Al parecer, los gobernantes del Primer Mundo empezaron a preocuparse por la suerte de las víctimas de las huestes del Islam cuando el EI se adueñó de los yacimientos petrolíferos de Siria y de Irak. Por vez primera, en las redacciones de los medios occidentales aparecieron los vocablos yazidíes, kurdos, alevíes. Poblaciones en peligro, según las cajas de resonancia de Washington o de Bruselas, que habían permanecido silenciosas durante los enfrentamientos de Siria, donde la multicéfala hidra trataba de derrocar el régimen autoritario de Bashar el Assad.

El Estado Islámico y Al Qaeda combatían en el mismo bando. Sus valedores eran los supuestamente pro occidentales Qatar y Arabia Saudita, aliados de Washington y… miembros la de coalición internacional antiterrorista liderada por el Presidente Barack Obama.  

En ambos casos, se trata de agrupaciones que persiguen el mismo objetivo: levantar un Califato regido por la Sharia, la ley islámica. Algo que, de paso sea dicho, Bin Laden había conseguido en el Afganistán de los talibanes. Ni que decir tiene que la eliminación física del multimillonario saudí no obstaculizó el desarrollo del proyecto. Al contrario, su muerte aceleró el proceso de radicalización. O al menos, eso es lo que se pretende insinuar a través de imágenes distorsionadas, de argumentos perversos.

Es obvio que George W. Bush no ganó la guerra contra el terrorismo. Lo único que logró el expresidente norteamericano fue un incremento de la corriente anti islámica en Estados Unidos y algunos países de Europa occidental. Un buen caldo de cultivo para la incomprensión y… el odio. Los atentados del 11 – M de Madrid (2004) y/o las bombas que estallaron durante la maratón de Boston  (2013) sirvieron para alimentar la animadversión de una opinión pública desconcertada. La matanza perpetrada en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo fue la detonante para la nueva ofensiva, esta vez, generalizada, contra el radicalismo islámico. ¿Contra el radicalismo o contra algunos radicales?

Conviene preguntarse, pues: ¿a qué se debe este largo paréntesis de silencio de los políticos occidentales? A finales de 2001, durante la retirada de Afganistán, Al Qaeda advirtió que la lucha no había acabado, que sus combatientes volverán a manifestarse al cabo de dos o tres lustros. Los servicios de inteligencia habían detectado la presencia de las llamadas células durmientes en Europa y Norteamérica, los movimientos de los yihadistas extranjeros en los países del Mashrek, la connivencia de los regímenes islámicos moderados con las agrupaciones armadas. Por si fuera poco, los atentados de Boston y de París han sido calificados de ataques contra los valores democráticos de Occidente. Razones más que suficientes para actuar. Sin embargo…

El tardío despertar de los estadistas del Primer Mundo, su afán el declarar (¿redeclarar?) la guerra al Estado Islámico presenta malos presagios para las relaciones con el mundo árabe-musulmán. Si bien es cierto que la mayoría de los musulmanes no se identifica con los salvajes procedimientos de los yihadistas del EI o la farragosa retórica de Al Qaeda, también es verdad que los argumentos empleados por Occidente – libertad de expresión, derecho a criticar, véase ofender al Islam – no cuentan con muchos seguidores en el mundo musulmán.

¿Miopía política o deseo de fabricar un nuevo enemigo? ¿Es preciso que el mundo sin ideales, sin ideología, sin rumbo se movilice contra algo, contra alguien? Aparentemente, los gobernantes lo tienen claro: tras 24 meses de guerra sin cuartel contra los movimientos islamistas, tocará abrir otros frentes. Señores kremlinólogos, prepárense.