miércoles, 25 de noviembre de 2015

Rusia: el aliado inoportuno



La espectacular y exitosa intervención de la fuerza aérea rusa en Siria no es, al menos aparentemente, del agrado de algunos miembros de la llamada coalición antihyihadista  liderada por los Estados Unidos. De hecho, el Kremlin decidió intervenir en el conflicto que opone las tropas del Presidente al Assad a un mosaico de grupos y grupúsculos armados, en su gran mayoría, de corte islamista, no sólo para proteger a su aliado de Damasco, sino también y ante todo para tratar de prevenir la expansión del peligro islamista en la región del Cáucaso y de Asia Central. 
 
Desde la década de los 70 del siglo pasado, Rusia dispone de una importante base naval en el puerto de Tartus, situado a treinta kilómetros de la frontera con el Líbano. Las instalaciones marítimas de la base, que goza del estatuto de extraterritorialidad, sirven para el abastecimiento de la Flota del Mar Negro y de los buques de guerra que cruzan el Mediterráneo. Tras el inicio del conflicto sirio, la base se convirtió en la atalaya de Moscú en el Mare Nostrum. Una presencia ésta sumamente molesta para los detractores del régimen de al Assad, poco propensos a tolerar una presencia extranjera (léase rusa) en las inmediaciones de la zona de combate. Pero el Kremlin se limitó a hacer oídos sordos hasta finales de septiembre, cuando la fuerza aérea de Rusia realizó por primeros ataques contra las posiciones del Estado Islámico. La eficacia de los bombardeos rusos provocó la ira del actual inquilino de la Casa Blanca; Moscú desbarataba los planes de la coalición. Al atentado contra un avión de línea ruso perpetrado a finales de octubre en el Sinaí, se sumó, hace apenas unos días el derribo por la Fuerza Aérea turca de un aparato SU - 24 que efectuaba una misión en la frontera con Siria. Ankara acusó a los pilotos de haber violado el espacio aéreo del país otomano. Por su parte, Moscú sostiene que el avión volaba a un kilómetro de los confines con Turquía. El Presidente Putin calificó la acción del ejército de Ankara de puñalada por la espalda asestada por los cómplices de los terroristas (del Estado Islámico). Y, por si fuera poco, hay quien afirma que Washington podría haber movido los hilos de la trama.  
   
La gravedad del incidente y sus posibles repercusiones a nivel estratégico obligó a la OTAN a convocar una reunión de emergencia para tratar de quitar hierro al asunto. Contención, fue el mensaje de la Alianza: contención y diálogo. 
      
Subsiste el interrogante: ¿a qué se debe la presencia militar rusa en Siria, el empeño del Kremlin de librar batalla contra los grupúsculos islamistas que utilizan el territorio de un país soberano como mero laboratorio de la guerra postmoderna? Los politólogos occidentales afirman que Rusia se limita a auxiliar a su fiel aliado Bashar al Assad, superviviente de los no siempre acertados cambios de las primaveras árabes. Se trata, sin embargo, de una visión muy simplista o, tal vez, demasiado partidista de los hechos. En efecto, desde hace más de un cuarto de siglo, los estrategas rusos no disimulan su preocupación ante el avance del radicalismo islámico en las regiones asiáticas de la antigua URSS. En 1995, el vicepresidente del Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos de Moscú recorrió las capitales europeas con el propósito de recabar información sobre la amenaza islámica en Occidente y las políticas de prevención ideadas por los Estados miembros de la OTAN. Ante su gran sorpresa, éstas brillaban por su ausencia.
  
Rusia tenía, sin embargo, un problema muy serio en los enclaves musulmanes de Asia Central. Los primeros disturbios estallaron en Daguestán y en Chechenia, donde los radicales salafistas se dedicaban a eliminar a la mayoría sufí. Los fundamentalistas procedían, en su gran mayoría, de las filas de Al Qaeda. Eran los combatientes afganos llamados a establecer el Emirato del Cáucaso, punta de lanza del extremismo islámico en la… tierra de los ateos, para emplear el lenguaje de la familia real saudí. 

En los últimos cinco lustros, los servicios de inteligencia moscovitas detectaron la presencia de 17 grupos yihadistas en el territorio de la antigua URSS. El número de víctimas de la guerra  larvada contra el terrorismo ascendió a… 9.000.  Muy a menudo, las instituciones europeas confundían las operaciones militares contra los salafistas con… la violación flagrante por parte de Moscú de los derechos humanos. Hasta el día en que el azote llegó a… París.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Francia está en guerra...


Redadas, detenciones, tiroteos, manifestaciones xenófobas, gestos descontrolados, repulsa popular. Los atentados perpetrados en París el pasado 13 de noviembre sumieron al país galo en un ambiente de profundo desconcierto. Al  miedo se le sumaron la rabia, la confusión, la crispación. El Presidente François Hollande advirtió a sus compatriotas: Francia está en guerra contra el terrorismo yihadista. Y añadió: … sabemos quiénes son (los autores de los atentados) y dónde encontrarlos… Acto seguido, las autoridades decretaron el estado de excepción. Efectivamente, Francia estaba en guerra…

Hace exactamente tres lustros, el escritor libanés Amin Maalouf, vaticinaba un mundo con más libertad y menos democracia. Obviamente, se equivocaba: después del 11 S, los habitantes del planeta Tierra tuvieron que acostumbrarse a vivir en una sociedad con menos libertad y menos democracia. ¿Los responsables? Resulta muy fácil echar la culpa a Al Qaeda o Osama Bin Laden, a los regímenes autoritarios ¡laicos! del mundo islámico, a los detractores árabes o musulmanes de los valores occidentales. Resulta sumamente fácil y socorrido satanizar al enemigo, un enemigo creado, adiestrado y financiado por supuestos adalides de la democracia.

sabemos quiénes son, afirmaba Hollande después de los mortíferos atentados de París. Por supuesto; tanto Francia como Inglaterra o los Estados Unidos conocían no sólo la identidad de los yihadistas, sino también su ideario, su siniestro modus operandi. No hay que extrañarse: el Estado Islámico, escisión de Al Qaeda, fue creado con el beneplácito de algunas potencias occidentales, con el apoyo, sea este tácito o formal, de políticos y estrategas europeos y norteamericanos. Al igual que Al Qaeda, el Estado Islámico debía haberse convertido en el enemigo potencial de la civilización judeo-cristiana, en la herramienta indispensable para el derrocamiento de regímenes árabes empeñados en rechazar las dichas de la globalización. El primero en caer fue el libio Gaddafi. El segundo debía haber sido… Bashar al Assad. Mas los planes de Occidente fallaron: el hombre fuerte de Damasco supo hacer frente a las milicias islamistas, entrenadas en suelo saudí. Cierto, Bashar al Assad no es un demócrata. Tampoco lo son quienes pretenden acabar con su despótico reinado. Los luchadores por la libertad, eufemismo empleado antaño por Ronald Reagan en sus alabanzas a los aliados de Al Qaeda, se han convertido en dueños y señores de un auténtico Estado. El Estado Islámico controla actualmente más de la mitad del territorio sirio, el Norte de Irak, los yacimientos de petróleo más importantes de la zona. Las ventas clandestinas de oro negro y el narcotráfico le proporcionan ingresos multimillonarios. Otra importante fuente de financiación proviene del tráfico de obras de arte, pues no todos los monumentos históricos de la región han sido destruidos por las hordas yihadistas. Subsiste el interrogante: ¿dónde van a parar esos valiosos objetos? ¿En colecciones privadas occidentales? ¿Con la complicidad de las autoridades aduaneras del llamado mundo libre? Todo ello parece demasiado fácil. ¿Acaso Occidente no está en guerra contra el terrorismo yihadista? 

Igual de sorprendente es la aparente facilidad para la compra de armamento, misiles y vehículos militares de primera mano. Decididamente, Alá es misericordioso. Pero, ¿sólo Alá? 

Sabemos quiénes son y de dónde vienen estos terroristas, afirmaba François Hollande. En efecto, según la información filtrada por los servicios de inteligencia occidentales, Francia colaboró a la puesta en marcha del frente yihadista. El precio de su inexcusable error de cálculo ha sido demasiado elevado. 

Una extraña alianza se divisa en la guerra contra el Estado Islámico. Moscú y París decidieron aunar sus esfuerzos en la lucha sin cuartel contra el EI. Por otra parte, Washington y sus 30 aliados – occidentales y árabes – siguen dando palos de ciego, descartando la posibilidad de recurrir a la intervención terrestre reclamada por los estrategas del Pentágono y de la OTAN. Pesimistas y cínicos no dudan en tildar al Presidente Obama, al Premio Nobel Obama, de Camberlain del siglo XXI. 

Detalle interesante: los intelectuales musulmanes afincados en Occidente critican la postura excesivamente simplista del actual inquilino de la Casa Blanca y/o de los políticos que pretenden disociar el terror desencadenado por el EI del Islam. Qué no se engañen y no engañen a la sociedad; el Estado Islámico es la cara oscura del Islam, afirman rotundamente los detractores del buenismo primermundista. Para ellos, el Estado Islámico no deja de ser un mal que se ha de rechazar, de combatir. Cabe preguntarse, pues: ¿sólo Francia está en guerra?