miércoles, 22 de abril de 2015

El desafío de los viejos generales


La crisis de Ucrania podría desembocar en una segunda Guerra Fría; La agresión de Rusia representa el mayor reto para la seguridad europea; Europa se rearma frente a la amenaza rusa. La lectura de los titulares de la prensa occidental me recuerda, extrañamente, los peores años de la Guerra Fría, la jerga belicosa empleada por los dos bloques militares empeñados en controlar el destino de los europeos: la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia. Mas la confrontación ideológica Este – Oeste finalizó en la década de los 90 del pasado siglo, sin la inquietante intervención de los militares, predispuestos a apretar el gatillo o recurrir a los terroríficos artefactos nucleares almacenados en el suelo del Viejo Continente.  Aparentemente, el sentido común de los políticos había alejado el desencadenamiento de la Tercera Guerra Mundial. Pero se trataba de una simple tregua.

Los conflictos armados de la última década del siglo XX – Bosnia, Serbia, Kosovo – cambiaron la fisionomía de los Balcanes. Bosnia recuperó sus atributos de país musulmán; Serbia volvió a ser un territorio pobre, rodeado por vecinos codiciosos y molestos; Kosovo tuvo la dicha de convertirse en el primer protectorado de la OTAN ubicado en una de las regiones más inestables de Europa. El común denominador de los tres conflictos: la limpieza étnica. La solución trajo consigo los tráficos de armas y de drogas, la corrupción, la criminalidad, el reinado de las mafias. Todo ello, bajo la complaciente o cómplice mirada de los funcionarios internacionales y los expertos europeos.

El operativo militar en los Balcanes, liderado por el general estadounidense Wesley Clark, comandante en jefe de la OTAN, desembocó en la modificación de las fronteras. De la antigua Yugoslavia, promotora del Movimiento de los No Alineados, la famosa tercera vía entre el comunismo y el capitalismo, sólo queda un vago recuerdo. El ensayo resultó concluyente: se abría el camino para la expansión hacia en Este. 
  
Trescientos paracaidistas norteamericanos llegan a Ucrania. La noticia, publicada hace apenas unos días en los periódicos europeos, hace hincapié en el carácter pacífico de esta visita. Los militares estadounidenses se limitarán a adiestrar a los miembros de la futura Guardia Nacional ucrania, cuerpo de élite integrado por antiguos paramilitares.

Tranquilícese, estimado lector: nos aseguran nuestros ángeles de la guarda que la crisis de Ucrania poco tiene que ver con la Guerra Fría. Se trata de una guerra híbrida, eufemismo empleado por los estrategas para ocultar verdades por todos conocidas. Sin embargo, la guerra híbrida sirve para el envío de material sofisticado a las autoridades de Kiev. Los suministros se efectúan a través de empresas privadas que sirven de tapadera para la venta de armas, aparentemente no autorizadas por los Gobiernos.

Paralelamente  se registra un incremento del gasto militar de los nuevos miembros de la OTAN: Polonia, los países bálticos, Rumanía y Bulgaria. Se trata, en realidad, de los únicos países de la Alianza Atlántica que aumentan los presupuestos de defensa, pues tanto los EE. UU. como las potencias occidentales – Alemania, Francia, Italia, Dinamarca y Portugal – planean aplicar recortes drásticos a sus respectivas partidas de defensa. 

Hay que armar a Ucrania. Rusia atacará dentro de dos meses, afirma el ex general Wesley Clark en una entrevista concedida al semanario estadounidense Newsweek. Clark encabeza un triunvirato castrense, integrado por el general Patrick M. Hughes, antiguo director de la inteligencia militar norteamericana y el también general John S. Caldwell, ex jefe adjunto del Estado Mayor, encargado del suministro de armamento, que dirige actualmente una de las más importantes compañías especializadas en la venta de material bélico sofisticado. Curiosamente, al trio se le suma el multimillonario George Soros, ex especulador reconvertido a mecenas y pensador, también partidario de un enfrentamiento abierto entre Ucrania y Rusia. Estima Soros – y lo pregona – que en Ucrania se defienden los valores y los principios sobre los que se creó la… Unión Europea. Olvida sin embargo el financiero húngaro-americano el renacer de los movimientos de corte nazi y la omnipresente corrupción, principal lacra de Ucrania. 

Por ende, conviene señalar que el diabólico cuarteto dispone de fondos ilimitados, mueve el negocio de armas y cuenta con influencias a escala mundial. En este caso concreto, utiliza hábilmente un argumento clave: si la UE no se involucra, aunque sólo sea indirectamente en el conflicto, Europa dejará de tener un peso específico en las relaciones internacionales.


En resumidas cuentas: la guerra caliente contra el oso ruso está servida.    

lunes, 6 de abril de 2015

Lausana: un acuerdo de principios en un mundo sin ética


La presencia de aquel suboficial de las tropas especiales iraníes me sorprendió Hello míster. No, no se preocupe; estamos aquí para protegerle, me dijo el militar armado hasta los dientes. ¿Contra quién?, pregunté.  Contra cualquiera que trate de acercarse a este edificio, respondió, señalando con la mano la sede de la representación diplomática estadounidense en Teherán.  Sucedió allá, por diciembre de 1978, durante mi última visita a lo que iba a convertirse, unos meses más tarde, en el nido de víboras del Gran Satán.

Tuve que abandonar Irán al día siguiente; la SAVAK – policía política del Sah – me invitó a hacerlo. A su manera; con un minucioso registro del que dejó innumerables y ostensibles huellas. La presencia de los periodistas extranjeros resultaba molesta. El propio Sah iba a abandonar el país pocas semanas después.

En Ginebra, a escasos kilómetros del mítico Beau Rivage Palace, que acogió la última ronde de consultas entre las seis potencias – Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, China y Rusia – y la República Islámica de Irán, un viejo amigo persa me recibió con los brazos abiertos: Verás; ahora vendrá la democracia.  Murió en el exilio, sin poder pisar la tierra de sus antepasados. Es el sino de los librepensadores, incapaces de tolerar los abusos de los déspotas ilustrados o de acomodarse con la teocracia de  los clérigos fanáticos.

Vuelven a mi mente esos lejanos recuerdos al tratar de evaluar los resultados de las maratonianas negociaciones de Lausana, que desembocaron recientemente en la firma del acuerdo preliminar destinado a poner fin al contencioso nuclear que enfrenta a Irán con los grandes de este mundo.  

La problemática es harto conocida. El régimen de los ayatolás, acusado de llevar a cabo un programa secreto para la fabricación de armas atómicas, se compromete, tras años de negociación, a reducir sus reservas de uranio enriquecido de 10.000 a 300 kilos durante un plazo de 15 años, a limitar el número de centrifugadoras de 19.000 a 6.000 y a abandonar la construcción de nuevas instalaciones nucleares durante los próximo tres lustros. El uranio enriquecido se almacenará en una sola planta. Por otra parte, la instalación subterránea de Fordo se convertirá en un centro de investigación dedicado sola y únicamente a la utilización del átomo con fines pacíficos. A cambio de ello, Estados Unidos y sus aliados procederán, una vez que la AIEA deje constancia de que Irán cumple sus compromisos, al levantamiento de las sanciones económicas y financieras decretadas contra el régimen iraní hace más de diez años.

Un compromiso histórico, estima el Presidente Obama, que desea finalizar su segundo y último  mandato con algún resultado positivo en política exterior. Una farsa, contestan sus detractores, persuadidos de que la República Islámica hará todo lo posible por incumplir sus promesas. Un peligro para la estabilidad de la región, alega la monarquía saudita, preocupada por la expansión chiita en la zona. Un acuerdo que pone el peligro la supervivencia del Estado de Israel, advierte el Primer Ministro Netanyahu. Un pacto insuficiente, que conviene rechazar, señala John Boehner, líder de la mayoría republicana en el Congreso de los Estados Unidos. Un signo de debilidad por parte del Gobierno iraní, afirma por su parte el ayatolá Alí Jameney,  jefe espiritual de la Revolución Islámica. Ante los ataques de los “halcones”, los negociadores cuentan con escasas semanas para redactar un tratado aceptable para todos.

Una puntualización: el programa nuclear iraní no dio comienzo a finales des siglo XX, como afirman algunos. Los primeros contactos de Teherán con la energía nuclear se remontan a… 1957, fecha en la que el Sah firmó el primer acuerdo de cooperación nuclear civil. En 1975, el entonces Secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, rubrico un memorándum titulado   U.S.-Iran Nuclear Co-operation, que aludía al suministro de equipo nuclear a Irán. Además de las exportaciones llevadas a cabo por Estados Unidos y Alemania, se creó un consorcio multinacional integrado por empresas francesas, belgas, españolas y suecas, cuya tarea consistía en facilitar financiación y tecnología nuclear a las autoridades iraníes.

Tras la revolución islámica, los suministros que quedaron congelados. Sin embargo, durante esa travesía del desierto, Israel intentó un acercamiento científico-estratégico a Irán. Corrían los tiempos del Irangate, cuando los traficantes de armas de Tel Aviv no dudaban en negociar con… Dios y con el Diablo. Jomeiny rechazó la propuesta: su programa político contempla – sigue contemplando - la destrucción total del ente sionista. De ahí los temores de Netanyahu.


Finalmente, conviene recordar que Irán cuenta con dos vecinos que disponen de la bomba atómica: Paquistán y la India. En ambos casos, los responsables de la proliferación nuclear son… las dos superpotencias: Estados Unidos y la antigua URSS. Pero aquí nos adentramos en el terreno de la… materia reservada.  

miércoles, 1 de abril de 2015

Oriente Medio: de las "primaveras árabes" a las alianzas militares


Dios creó la guerra para que los norteamericanos aprendieran geografía, afirmaba sarcásticamente el afamado escritor norteamericano Mark Twain, buen conocedor de las múltiples y profundas lagunas culturales de sus compatriotas.

Barack Hussein Obama, presidente de los Estados Unidos, apadrinó las Primaveras árabes confiando en poder llevar la democracia a una región del mundo que se rige por parámetros muy distintos a los valores abrazados por los norteamericanos. Mil disculpas, estimado lector; las comparaciones son odiosas. Barack Obama no es Dios. Cabe suponer que al tratar de arreglar los destinos del mundo árabe-musulmán, cayó en la trampa tendida a sus compatriotas por el supino desconocimiento de una cultura diferente.

Conviene recordar que al asumir su primer mandato, el cuadragésimo cuarto Presidente de los EE. UU. tuvo que hacer frente al innegable deterioro de las relaciones entre Washington y las capitales árabes. Los atentados del 11 de septiembre, la intervención norteamericana en Afganistán, la invasión de Irak, habían ensanchado la brecha entre las dos culturas: la musulmana y la occidental (cristiana). Buscar la paz, el acercamiento y la concordia parecían los objetivos prioritarios del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sin embargo…

Barack Obama se equivocó al tratar de recurrir a viejos remedios: la exportación de la democracia Made in USA a una región que cuenta con tejidos sociales frágiles u obsoletos, los intentos de apoyar a movimientos políticos hostiles al poder establecido o de apostar por agrupaciones religiosas poco propensas a avalar la modernización de las estructuras sociales. La ofensiva de Washington fracasó en Egipto, Libia y Siria. El miedo acabó apoderándose de los aliados de Norteamérica: Jordania, Arabia Saudita, las monarquías del Golfo Pérsico. Con razón: los vientos de cambios que soplaban en tierras de Oriente ponían en tela de juicio la legitimidad de las hasta ahora incontestadas estructuras feudales.

La encarnizada guerra civil siria afectó directa o indirectamente la estabilidad política de otros Estados de la zona: Jordania, Líbano, Israel, Turquía. Cuando se detectó el uso de armas químicas en ataques dirigidos contra la población civil, Obama estuvo a punto de bombardear Damasco. Pero la Casa Blanca tropezó con el niet rotundo del Kremlin.  

Huelga decir que el conflicto, que se había convertido en una especie de laboratorio de la violencia para las múltiples agrupaciones guerrilleras creadas y financiadas por norteamericanos, saudíes, qataríes e… iraníes, se tornó en auténtica pesadilla tras la aparición del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS). Los radicales islámicos lograron adueñarse de los yacimientos de petróleo de Siria y de Irak. El laboratorio acababa de engendrar su monstruo…

El incontrolable avance del Estado Islámico en Irak obligó a reconsiderar las alianzas estratégicas. La Casa Blanca no vio con malos ojos la intervención de los Guardianes de la Revolución iranés en el frente iraquí. Aún así, Teherán seguía en la lista negra de Washington a raíz de su controvertido programa nuclear. Poco importa: mientras el regateo nuclear continúa, la Administración estadounidense prefiere hacer suya la máxima: los enemigos de mis enemigos son…¿mis amigos?

La presencia de Irán en la zona no se limita, sin embargo, a la ofensiva contra el Estado Islámico. Teherán no ha disimulado su apoyo al Presidente sirio, Bashar el Assad, ni su respaldo a Hezbolá, la agrupación armada libanesa de corte político-religioso que se ha tornado en el enemigo público número uno de los estrategas de Tel Aviv. ¿Demasiado complicado? No, en absoluto; estamos en Oriente Medio.

Mas el panorama de alianzas contra naturaleza empieza a enmarañarse cuando una tribu chiita de Yemen, los hutíes, declara la guerra al presidente sunita del país, Abd Rabo Mansur Hadi, un prooccidental protegido por la monarquía saudita. ¿Otro conflicto interno?

Yemen ha sido, desde siempre, el feudo de Al Qaeda en la Península Arábiga. El grupo terrorista cuenta con varios campos de entrenamiento estrechamente vigilados, eso sí, por los servicios de inteligencia norteamericanos y saudíes. Se supone que Washington está librando aquí batalla contra el radicalismo islámico. Eso es mucho suponer…

Cuando los hutíes pusieron en peligro la supervivencia del régimen sunita de Saná, las autoridades de Riad se apresuraron a denunciar la injerencia iraní en el país vecino. El Gabinete del recién entronizado rey Salmán se decantó no sólo por una movilización general, sino también por la creación de una coalición militar árabe destinada a contrarrestar los designios bélicos de Teherán en la región. Dotada con 40.000 hombres, un centenar de blindados y 180 aviones de combate, la alianza panta cara al nuevo enemigo: el Irán chiita. Otro enfrentamiento en ciernes.

Como para recordarnos que el Nobel de la Paz Barack Obama se ha vuelto a confundir.  O ¿a… confundirnos?