viernes, 27 de febrero de 2015

Cara feroce al enemigo


A veces, el candor de los políticos nos conmueve.  Mas cabe preguntarse si sus actos obedecen a la ingenuidad, pureza, honradez de esos personajes públicos, o bien a su mala fe disfrazada de una delgadísima capa de buenismo. Lo cierto es que la vida de esos mal llamados gobernantes se caracteriza por el zigzagueo y el titubeo continuos, por el deseo de complacer a seguidores y detractores. Ello genera situaciones rocambolescas, que recuerdan los libretos del género chico. Y sin embargo…

Hace apenas unas semanas, después del atentado contra el semanario galo Charlie Hebdo, la Casa Blanca anunció la celebración de una cumbre mundial sobre el terrorismo. Cierto es que la Administración Obama no estuvo presente en la gigantesca movilización contra el yihadismo, que congregó en la capital francesa a medio centenar de jefes de Estado y de Gobierno. ¿Simple error de cálculo?

En realidad, el presidente de los Estados Unidos convocó la famosa cumbre contra el terror, modificando, eso sí, los parámetros. En la reunión no se habló del yihadismo ni del terrorismo islamista, términos acuñados por la Administración Bush después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, sino del… extremismo violento, eufemismo aplicable a casi todas las situaciones conflictivas.  Aparentemente, el deseo del presidente era evitar el enfado de los musulmanes. Por ello, la cumbre no abordó el tema de las guerras religiosas, los crímenes cometidos por el Estado Islámico o la creciente influencia de la tentacular Al Qaeda en los países de Asia y África. Al contrario, se habló de la necesidad de encauzar a países como Irak y Siria por la senda que conduce a la democracia. ¿Loables  palabras? ¿Frases huecas? De hecho, la mayoría de los analistas norteamericanos estima que el problema no es el Estado Islámico ni Al Qaeda; hay que identificar y analizar las raíces del malestar que desembocó en el conflicto. Un malestar generado y alimentado por la actuación de las grandes potencias occidentales.

Curiosamente, en la cumbre de Obama asistió una nutrida delegación rusa, encabezada por Alexander Bortnikov, director del Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa, heredero de la antigua KGB. El nombre de Bortnikov figura en la lista negra de altos funcionarios moscovitas que acompaña las tan cacareadas sanciones contra Rusia. Más extraño aún: el director del FBI no fue invitado a la reunión. Algunos medios estadounidenses se hacen eco de un discreto encuentro del vicepresidente Joe Biden con representantes de agrupaciones islámicas norteamericanas acusadas de haber suministrado en el pasado, fondos a movimientos radicales de Oriente Medio. ¿A eso se le llama en lenguaje castrense cara feroce al enemigo?

Detalle interesante: apenas unas horas después de finalizar la cumbre de la Casa Blanca, se inauguraba en Riad una conferencia mundial sobre la lucha contra el… terrorismo islamista, patrocinada por las monarquías del Golfo. Acudieron a la cita representantes de las Casas Reales, políticos, catedráticos y ulemas (doctores de la ley mahometana), dispuestos a dialogar sobre la posible, aunque poco probable erradicación de los movimientos radicales de corte religioso. Sabido es que tanto Al Qaeda como el Estado Islámico surgieron merced a las subvenciones a fondo perdido de príncipes y jeques de la zona. En resumidas cuentas: ¿otra variante de la cara feroce al enemigo?

Más cerca de nosotros, en la Vieja Europa, los ánimos están caldeado por la decisión del Primer Ministro húngaro, Viktor Orban, de recibir en suelo comunitario al Presidente ruso, Vladimir Putin. El actual inquilino del Kremlin fue acogido con todos los honores en un país miembro de la Unión Europea, que se había comprometido, hace apenas un año, a congelar las relaciones con Moscú tras la anexión de Crimea. Pero Putin venía a hablar de negocios con las autoridades de Budapest; buenos negocios, como el suministro de gas natural ruso y la posible edificación de una central nuclear diseñada y financiada por Rusia.

El servicio diplomático de la UE se vio obligado a manifestar su disconformidad con la actuación de Orban. Pero el Primer Ministro húngaro no dudó en echar más leña al fuego con su comentario: “Estamos convencidos que dejar a Rusia fuera de Europa sería irracional”. Los socios comunitarios dieron la callada por respuesta: no hay que olvidar que el 40 por ciento del gas natural que consume Alemania procede de… la Federación rusa.   En resumidas cuentas: ¿por qué poner cara feroce al enemigo? 

jueves, 19 de febrero de 2015

El guardián de las dos mezquitas sagradas


Hace apenas unas semanas, cuando el príncipe Salman Bin Abdel Aziz al Saud ascendió al trono del Reino de Arabia Saudita, los medios de comunicación occidentales se hicieron eco de los espectaculares cambios institucionales anunciados por el nuevo monarca. No, no se trataba de medidas innovadoras, destinadas a reformar o modernizar el régimen autocrático impuesto por la Casa de Saud, sino de una simple reorganización administrativa. Detalle interesante: el guardián de las dos mezquitas sagradas, título que ostenta el jefe de la Casa Real, decidió relevar de su cargo al jefe de los todopoderosos servicios de inteligencia, el príncipe Jaled Bin Bandar, al secretario del Consejo de Seguridad Nacional y exembajador en Washington, el príncipe Bandar Bin Sultan, así como a los imanes que dirigían el Ministerio de Justicia y la policía religiosa.

¿Terremoto o simple tormenta en un vaso de agua? Aparentemente, se trata de una cuestión dinástica; el rey Salman trata de prescindir de los incondicionales de su hermanastro, el recién fallecido rey Abdalá, para dar paso a familiares directos. En clave sociopolítica, ello se traduce por un notable retroceso, ya que el nuevo monarca pertenece al ala más conservadora de la dinastía saudí.

Mientras algunos politólogos occidentales se limitan a comentar el papel preponderante desempeñando por los saudíes frente a la creciente amenaza del chiismo iraní, otros procuran destacar la postura ambivalente de Riad, que participa en la guerra contra el Estado Islámico, empleando al mismo tiempo ingentes cantidades de dinero para proyectar la imagen del islamismo radical tanto en los países musulmanes como en el Viejo Continente. Uno de los pilares de este operativo habrá sido, en las últimas décadas, el… príncipe Salman, es decir, el actual monarca.

Según informes elaborados por las Naciones Unidas, la justicia estadounidense y los servicios de inteligencia occidentales, durante los años 80 y 90 del siglo pasado, Salman se dedicaba a centralizar la ayuda financiera saudí destinada a Al Qaeda, tanto en Afganistán como en Bosnia. Los envíos de fondos se efectuaban a través de distintas asociaciones benéficas creadas o presididas por multimillonarios saudíes.  

En la década de los 90, durante la guerra de los Balcanes, el príncipe ostentó el cargo de Alto Comisionado Saudí para la ayuda a Bosnia Herzegovina, organismo internacional que, según los expertos de las Naciones Unidas, transfirió 120 millones de dólares a la Third World Relief Agency, una asociación fundada por el príncipe que financiaba a Al Qaeda. Los funcionarios de las Naciones Unidas encargados de supervisar las cuentas de la oficina saudí estiman que los fondos no se emplearon para fines humanitarios.

En mayo de 1997, los militares franceses destacados en Bosnia advierten que el Alto Comisionado Saudí utiliza la cobertura de la ayuda humanitaria para fomentar la islamización de Bosnia y radicalizar a la juventud. El periodista galo Roland Jacquard, que tiene acceso al documento, asegura que se trata una estratagema destinada a  establecer la plataforma idónea para las acciones de Al Qaeda en Europa.

Aun así, los servicios de seguridad estadounidenses respetaron el estatuto diplomático del Alto Comisionado Saudí en Bosnia hasta… el 11 de septiembre de 2001. En un registro llevado a cabo poco después de los atentados de Nueva York, los norteamericanos encontraron de la poco diplomática sede directrices para la falsificación de los pases del Departamento de Estado y ¡ay! apuntes relativos a conversaciones con Osama Bin Laden.


No hay que extrañarse, pues, que el Presidente Barack Hussein Obama haya decidido precipitarse a rendir pleitesía a su aliado Salman. Con amigos así, más vale ser prudente. Con aliados así, la tan cacareada guerra contra el Estado Islámico podría convertirse en una perpetua pesadilla.      

jueves, 12 de febrero de 2015

Europa: ¿final de trayecto?


Trato de hacer memoria; tratemos de hacer memoria: en diciembre de 1999, cuando el Partido Liberal austriaco (FPÖ), liderado por el ultraderechista Jörg Haider, se alzó con la victoria en las elecciones generales que acabaron con el binomio socialdemócrata – democristiano que había gobernado el país desde finales de 1945, los líderes europeos no dudaron en llamar la atención sobre el peligro populista.

¿Populista? Pero, ¿cuál era el ideario de Haider? El gobernador de Corintia presumía de ser el primer político europeo que se opuso abiertamente a la inmigración, a la integración  de las minorías étnicas y al bilingüismo en la enseñanza primaria en las regiones fronterizas. Hijo de un matrimonio de militantes nazis, Haider sorprendió a sus compatriotas al cantar las loas de las SS hitlerianas, calificándolas de parte del ejército alemán a quienes debían rendirse honores.  Aun así, el establishment político comunitario tildó su opción ideológica de… populista.

Hace apenas unas semanas, cuando el partido de izquierdas Syriza ganó las elecciones generales griegas, borrando del mapa político al legendario Pasok, bastión de la vieja y esclerótica socialdemocracia helena, la agrupación de Alexis Tsipras recibió a su vez el calificativo de… populista.   

¿Populista? Pero, ¿qué preconiza la plana mayor de Syriza? El final del rescate financiero de Grecia, el aumento del salario mínimo, la reducción del paro, la lucha contra la corrupción y la evasión fiscal, la gratuidad de los servicios básicos para las capas más desfavorecidas de la población. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que la prensa ultraconservadora del Viejo Continente tache a los dirigentes de Syriza de… comunistas. Sin embargo, los partidos políticos tradicionales llaman la atención, una vez más, sobre el peligro populista.

En España, el vocablo populista se emplea para designar a Podemos, conglomerado de corrientes que congrega a los indignados del 11 M, los antisistema y los votantes desengañados del PSOE o de Izquierda  Unida. A los cabecillas de Podemos se les tacha de chavistas, cuando no de castristas. Sin embargo, a la hora de rebatir los argumentos electorales o, mejor dicho, electoralistas de Podemos, los dos grandes partidos políticos – PSOE y PP – prefieren emplear la palabra populismo. 

En la vecina Francia, el populismo cambia de color. La amenaza procede del Frente Nacional de Marine Le Pen, agrupación racista y xenófoba, según la clase política gala, que tiembla ante la posible llegada al poder de una derecha ultraconservadora, propensa a renunciar a las dichas del supranacionalismo promivodo por los eurócratas de Bruselas.

Pero, ¿qué es el populismo? El filósofo español Gustavo Bueno estima que desde el punto de vista de la democracia («correcta») vendría a significar algo equivalente a demagogia…  

Demagogia, pues. ¿A qué se debe su auge? ¿Se impondrán los variopintos populismos?  Hay quién cree que este fenómeno deriva de la miopía de la clase política tradicional, incapaz de asimilar los profundos e inquietantes cambios sociales de las últimas décadas. El vocablo populismo sirve, pues, de tapadera: qué no se vuelvan a pronunciar las palabras fascismo o comunismo. Qué no se aluda a los vestigios del pasado.

Otro fantasma recorre Europa. Es el fantasma de la guerra fría. Pero ¡cuidado! los demonios vuelven a resucitar. Basta con leer los titulares de los grades rotativos europeos para descubrir que la nueva estrategia de seguridad de los Estados Unidos permite impedir la agresión rusa o que la OTAN refuerza su despliegue en el Báltico ante la amenaza de Moscú.

¿Amenaza? ¿Agresión? En 1975, cuando los países del Viejo Continente firmaron, junto con Norteamérica y Canadá, el Acuerdo sobre Seguridad de Cooperación en Europa,  la frontera entre los dos grandes bloques rivales – la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia – coincidía con la Línea Óder–Neisse, situada en los confines de Alemania con Polonia.  Hoy en día, los cazas, los tanques  y las fragatas de la OTAN se encuentran en el Báltico, el Mar Negro, en Polonia, en la frontera con la Federación rusa. Y por si fuera poco, el actual inquilino de la Casa Blanca advierte al Kremlin: “…no podemos permitir que las fronteras de Europa se redibujen a punta de pistola”.  Alusión, sin duda, a la codiciada Ucrania. Hay que hacerse a la idea de que la próxima guerra podría venir de la mano de un Nobel de la Paz.

Lo cierto es que nos hallamos al final de trayecto. El Viejo Continente cambia de rumbo. Hay nuevos referentes, nuevos parámetros. La vieja, amable e ilustrada Europa se está encaminando hacia… ¿el caos?