jueves, 2 de octubre de 2014

Estado Islámico: cuando la historia se repite


El Presidente Obama reconoció públicamente hace unos días que los servicios de inteligencia estadounidenses habían subestimado el potencial bélico del llamado Estado Islámico, la agrupación radical musulmana que siembra el terror en Siria y en Irak. Un movimiento que, dicho sea de paso, cuenta con más de 11.000 voluntarios extranjeros, entre los que se halla más de un centenar de ciudadanos norteamericanos.

Detalle interesante: antes de los atentados del 11 – S, la inteligencia estadounidense había subestimado el peligro potencial encarnado por Al Qaeda y los adláteres de Osama Bin Laden. Sin embargo, los americanos conocían perfectamente al saudí, quien había colaborado con Washington a través de la todopoderosa central de espionaje del reino wahabita. El cerebro de Al Qaeda se relacionaba – directa o indirectamente – con la CIA norteamericana, impulsora de la lucha de la tribus afganas contra la ocupación del país por las tropas soviéticas. Pero al término de la misión, Osama se convirtió en el enemigo público número uno de Norteamérica. Un enemigo que actuó libremente hasta el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, símbolos del poderío estadounidense.  

Algo muy parecido está ocurriendo esos días con Emirato Islámico en Irak y el Levante (ISIS), que la maquinaria de propaganda occidental no dudó en tildar de Estado Islámico.  Las palabras podrían generar pánico; es lo que se pretende.  

Pero, ¿Quiénes son esos sanguinarios yihadistas, incapaces de derrocar el régimen autocrático de Bashar al Assad? ¿Qué hay detrás del génesis del Emirato Islámico? En resumidas cuantas: ¿Quiénes son los padres o los padrinos de la diabólica criatura?

Curiosamente, la agrupación encuentra sus raíces en al Qaeda en Irak, un movimiento violento que no luchaba contra el ocupante estadounidense, sino… contra las facciones chiitas iraquíes. Un combate en el que Washington no quiere inmiscuirse, calificando el conflicto de enfrentamiento sectario.

El caudillo del ISIS, Abu Bakr el Baghdadi, aseguraba hace unas semanas, que el Emirato contaba con apenas… ¡200 combatientes! de nacionalidad iraquí. Sin embargo, numerosas fuentes árabes coinciden en que el Estado Islámico tiene alrededor de 250.000 efectivos; un dato nada desdeñable.
Estiman los politólogos occidentales que los promotores y patrocinadores del Emirato fueron dos países árabes conservadores: Qatar y Arabia Saudita. Dos naciones “amigas” de Washington, al menos aparentemente. Qatar, el “socio capitalista” del ISIS, aunque también de Hamas y otros movimientos armados de Oriente Medio, se ha convertido en la plataforma político-financiera del islamismo radical. Los qataríes apoyaron también al depuesto presidente egipcio, Mohammed Mursi, vinculado a la fraternidad de los Hermanos Musulmanes, primer movimiento islámico abiertamente antioccidental que surge en  el siglo XX. La injerencia qatarí en la guerra civil  de Siria es un secreto a voces. El régimen laico de los El Assad molesta a los jeques del Golfo Pérsico, más propensos a tolerar las “dichas” del Islam tradicional. Y como a Qatar le sobra el dinero proveniente de las ventas de petróleo y de gas natural…

Arabia Saudita, el segundo valedor del ISIS, retoma el papel que había desempañado durante la creación y el afianzamiento de Al Qaeda. Al apoyo logístico -algunos de los yihadistas fueron entrenados en suelo saudí- se suma el suministro de armas y equipo electrónico provenientes de Estados Unidos, Europa occidental y… Rusia. La Casa Real wahabita impone una sola condición: que los yihadistas no actúen en Arabia Saudita. Lo mismo que se le exigió en su momento a Al Qaeda. Recordemos que las (pocas) ovejas negras fueron abatidas a sangre fría por las fuerzas de seguridad del reino.

Durante años, las principales fuentes de ingresos del Estado Islámico procedían de los rescates, los atracos y los impuestos aplicables a la población de los territorios contralados por el movimiento radical. Sin embargo, actualmente el ISIS controla los campos petrolíferos y los yacimientos de gas natural de Raqa  y  Deir Ez-Zor (Siria) y Mosul (Irak). Se calcula que los ingresos por la venta del  “oro negro” ascienden a 3,2  millones de dólares diarios o, si se prefiere, unos 1.200 millones anuales. El subestimado enemigo de la Casa Blanca se ha convertido, pues, en una auténtica potencia económica.   

Pero hay más: Rusia y China, países que cuentan con importantes comunidades musulmanas, empiezan a temer el posible contagio de ISIS.


En resumidas cuentas: nadie se opone a la aniquilación del Estado Islámico. Los padres de la criatura y las víctimas potenciales se unen ante un enemigo común: el Islam. Y la guerra sigue…

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