jueves, 29 de mayo de 2014

El romance Moscú - Pekín, a todo gas


Hace unos meses, cuando Moscú parecía dirigir su mirada con aparente timidez y cautela hacia el continente asiático, un politólogo estadounidense lanzó la advertencia: “Cuidado, Putin tiene intención de recomponer el imperio”. Ficticia o real, la advertencia no cayó en saco roto. El establishment político de Washington aprovechó el  grito de alarma del kremlonólogo de turno, argumentando que Rusia no podía ni debía ocupar un lugar preponderante en Asia, continente llamado a convertirse, según el guion preestablecido, en el nuevo y fiel vasallo de los Estados Unidos.  De hecho, Washington y sus aliados – Japón, Filipinas, Corea del Sur -  se habían repartido los papeles. Quedaba la gran incógnita: China. ¿Se sumaría Pekín al equipo ganador ideado por los estadounidenses? 

La respuesta llegó a mediados de la pasada semana,  cuando Rusia y China firmaron el mayor contrato de suministro de gas natural registrado hasta la fecha. El convenio, por valor de 400.000 millones de dólares, contempla el suministro anual de 38.000 millones de metros cúbicos de gas a China durante tres décadas. Irrelevante, dirán los economistas norteamericanos, recordando que el consumo de la ciudad de Nueva York asciende a 50.000 millones de metros cúbicos. Sin embargo, esa irrelevante cantidad cubrirá el 25 por ciento del consumo anual chino. 

Mas el problema no es económico, sino meramente político. Con la firma de este convenio, Moscú trata de paliar las posibles pérdidas causadas por un hasta ahora hipotético boicot de sus exportaciones hacia los países de la Unión Europea. En efecto, Bruselas, más preocupado por el suministro energético a su nuevo aliado, Ucrania, optó por chantajear a Moscú con posibles (aunque poco probables) represalias si el consorcio ruso Gazprom decide suspender las exportaciones destinadas al país vecino. Una amenaza que hace sonreír a los expertos. Un tercio del gas que consume la UE procede de… Rusia. Ni que decir tiene que la Unión debería buscar otras fuentes de suministro. El presidente Obama se apresuró en ofrecer a los europeos productos energéticos made in USA. Olvidaba, sin embargo, el político-jurista que la legislación estadounidense prohíbe la exportación de petróleo y gas provenientes de los yacimientos norteamericanos.

Por su parte, el presidente de la junta directiva de Gazprom, Alexei Miller, trata de ofrecer una versión meramente empresarial del contrato, alegando que Europa ha dejado de ser un mercado competitivo. Los precios en Asia son mucho más elevados y no cabe duda de que ello afectará, a la larga, la tendencia en los mercados”. 

La versión de los politólogos moscovitas es mucho más compleja. En realidad, no se trata sólo de desavenencias provocadas por la crisis ucrania, sino de consideraciones de índole ideológica. Tanto Rusia como China rechazan el neocolonialismo de Occidente, los designios imperiales del inquilino de la Casa Blanca, los intentos de dividir a los países del Pacífico. 

Los dirigentes chinos van incluso más lejos, al abogar por una alianza de seguridad con la participación de Rusia y de Irán. Para el presidente chino, Xi Jinping, esa nueva arquitectura de cooperación regional debería crear un mecanismo de consulta en materia de defensa, capaz de contrarrestar los planes hegemónicos de los Estados Unidos. Los chinos estiman que sería conveniente contar con la participación de otros países asiáticos en este proyecto de seguridad y defensa.  

¿Una alianza entre Rusia, China e Irán? Una mezcla explosiva que acabaría convirtiéndose en una pesadilla para los Estados Unidos. 

Huelga decir que hoy por hoy, la amenaza tiene otro nombre: BRICS. Ese grupo de economías emergentes, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que contemplan el abandono de la zona dólar, la creación de unas estructuras financieras paraleles, desvinculadas del Fondo Monetario y el Banco Mundial, de la tiranía de los países industrializados. ¿Meras elucubraciones? El porvenir nos lo dirá. 

De momento, Moscú ha dado un paso adelante al anunciar la creación, este fin de semana, de la Unión Euroasiática, integrada por Rusia, Bielorrusia y Kazajstán, un mercado común de 170 millones de personas que pretende convertirse en el contrapeso del bloque occidental. Sí, es cierto; Vladimir Putin sueña con la recomposición del imperio. Pero no se trata de un simple sueño.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Listas negras y juegos de guerra


Uno de los primeros gestos (simbólicos) de la recién autoproclamada República Popular de Donetsk fue la elaboración de una lista de personas non gratas a las que se les prohíbe la entrada en el territorio controlado por las milicias prorrusas. Encabezan la sui generis lista negra el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, la canciller alemana, Angela Merkel, y la responsable de la diplomacia de la UE, la británica Catherine Ashton. 

Por si fuera poco, el copresidente de la República de Donetsk, Denís Pushilin, firmó un documento en el que acusa al actual inquilino de la Casa Blanca de connivencia con las autoridades de Kiev en la aprobación del decreto que autoriza la operación “antiterrorista” en las provincias orientales. 

La noticia pasó casi inadvertida. A nadie le interesan las listas negras confeccionadas por milicias rebeldes. Las únicas que importan, al parecer, son las elaboradas por los grandes, por Washington o por Bruselas. A nadie se le ocurre pensar que las listas negras son, en definitiva, una aberración ideológica.

Más impacto tuvieron, al parecer, las declaraciones formuladas el mismo día por el representante permanente de la Federación Rusa ante la OTAN, Alexánder Grushko, quien advirtió a los miembros de la Alianza que el incremento del contingente militar occidental en los países de Europa del Este obligaría a Moscú a tomar las medidas pertinentes para su defensa. Estima el representante ruso que las anunciadas acciones de la OTAN – envío de tropas y material estratégico a Polonia, Rumanía y los países bálticos – sólo contribuyen para aumentar la tensión en el Viejo Continente.  Rusia acusa a la Alianza de aprovechar la crisis de Ucrania para incrementar los presupuestos militares de los Estados miembros so pretexto de la aparición/fabricación de nuevos enemigos. 

Por si fuera poco, los estrategas moscovitas recuerdan que la OTAN se había comprometido a no desplegar armamento atómico o fuerzas adicionales en el territorio de los nuevos miembros, es decir, los antiguos integrantes del Pacto de Varsovia. Dicho compromiso parece haberse convertido en agua de borrajas tras la decisión de la Alianza de enviar brigadas estadounidenses en la región fronteriza con Rusia.

La llamada defensa colectiva de Europa Oriental (léase, incremento del potencial bélico en el Este europeo) figura en el orden del día de la próxima reunión de los ministros de Defensa de la OTAN, que se celebrará en Bruselas a comienzos de junio. Para Moscú se trata de una auténtica declaración de guerra. Ni más, ni menos…

jueves, 8 de mayo de 2014

Todo va bien, señora baronesa


Todo va bien en el mejor de los mundos posibles. Ya lo decía Voltaire en su Cándido, obra maestra publicada a mediados del siglo 18.  Hoy en día, el mejor de los mundos posibles, nuestro mundo, vive bajo la amenaza de los conflictos de intereses, de los cambios sistémicos, de una accidentada transición socio-cultural, del renacer de totalitarismos de todo signo. Nuestro mundo no tiene que enfrentarse a un solo enemigo, sino a varios, a un sinfín de iluminados que tratan de imponer sus reglas de juego. Poco importa el interés general, el bienestar de los pueblos del planeta. Los detentores de la verdad absoluta se empeñan en ganar guerras mediáticas. Las otras, los conflictos bélicos, arrojan saldos de centenares de miles de víctimas reales, que algunos se limitan a calificar de… colaterales. 

Desde 1990, cuando Bush padre anunció en advenimiento del Nuevo Orden Mundial, el mejor de los mundos posibles se tornó en un universo violento, convulso, intolerante. Los profetas del pensamiento único trataron de persuadirnos del final de la Historia. ¿Final de la Historia? Pero si aún nos quedaba por asumir el choque de civilizaciones y/o la saludable globalización. Todo un programa, destinado a convertir el mejor de los mundos posibles en… universo orwelliano. 

Aparentemente, la pesadilla iba a acabar a finales de 2008, cuando Barack Hussein Obama se convirtió en el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos. No, Obama no era un ser sediento de sangre, un intrigante que perseguía  sórdidas venganzas. De hecho, pocos meses después de asumir el cargo,  fue galardonado, prematuramente, con el Premio Nobel de la Paz.  Una auténtica proeza para un político incapaz de acabar con los múltiples focos de tensión que sacuden la tierra. 

Durante la campaña electoral de 2008, Barack Obama desveló su ambicioso objetivo: una nueva estrategia para un nuevo mundo. Estiman los editorialistas del New York Times que el presidente logró algunas de sus metas, como el diálogo nuclear con el régimen islámico de Teherán, la retirada gradual de las tropas estacionadas en Irak y Afganistán, el derrocamiento del dictador libio Mummar al Gadafi o la ejecución de Osama bin Laden, el enemigo público número uno de la civilización occidental. 

Sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca no pudo o no supo controlar las poco espontáneas primaveras árabes, que desembocaron en el auge del islamismo en los países del Magreb, ni de ofrecer una solución negociada al conflicto sirio, en el que Washington apoya, directa o indirectamente, a grupúsculos radicales islámicos afines al ideario de Al Qaeda.

Tampoco logró Obama poner punto final al conflicto israelo-palestino. El Secretario de Estado John Kerry se limitó a ofrecer a las partes un ultimátum con fecha de caducidad: israelíes y palestinos tenían que hacer las paces en un plazo de… ¡nueve meses! 

Más trágica e inquietante es la tirantez generada por la crisis de Ucrania, donde los occidentales – léase Estados Unidos y Alemania – apostaron al caballo perdedor. Sus aliados de Kiev no tienen talla de estadistas ni auténticas credenciales democráticas. 

¿Y Rusia? Vladimir Putin, al que la prensa alemana no duda en tachar desde hace ya algún tiempo de déspota ilustrado, supo aprovechar la crisis ucrania para promover un maquiavélico y aún embrionario proyecto: la Neorrusia. 

La respuesta de la Alianza Atlántica no tardó: el general Philip Breedlove, comandante en jefe de la fuerzas de la OTAN en Europa, anunció el incremento del contingente estacionado en Europa oriental, es decir, en Polonia, Rumanía y los países bálticos. ¿Tambores de guerra? No en absoluto: se trata, según los estrategas, de una simple reevaluación de los intereses geoestratégicos de Occidente. 

Las perspectivas son bastante sombrías. Los comunitarios no logran ponerse de acuerdo sobre una postura común. La Alemania merkeliana sueña con una Europa del Atlántico a Moskau (perdón, Moscú en nuestro idioma, mientras no nos lo germanicen), el virrey de los galos, François Hollande, defiende unos obsoletos y poco creíbles conceptos ético-imperiales, nuestros nuevos socios comunitarios, los antaño “oseznos” del Pacto de Varsovia, prefieren bailar al son de la pandereta del Tío Sam. 

El mundo de la globalización, del pensamiento único,  de la Coca Cola y la hamburguesa tiende a convertirse en un universo… ¡multipolar! 

En resumidas cuentas: todo va bien, señora baronesa.