jueves, 26 de abril de 2012

La “cara oculta” de la rebelión siria


Hace apenas unas semanas, el ejército sirio abrió fuego a través de la frontera con Turquía para castigar, aparentemente, a grupos de fugitivos –civiles y militares- que habían decidido asilarse en el país otomano. Fue ésta la gota de agua que hizo desbordar el vaso; los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU aprobaron una resolución redactada por los países árabes, autorizando la presencia de observadores militares no armados en el conflicto que opone, desde hace más de un año, al Gobierno del presidente Bashar el Assad y la oposición liderada (o teledirigida) por elementos afines a la cofradía de los Hermanos Musulmanes.


La avanzadilla de los “cascos azules” de la ONU llegó a Damasco en menos de una semana, tratando de allanar el terreno para la llegada de unos 300 expertos militares. Aún así, los combates en suelo sirio continúan, llevando el agua al molino de la Secretaria de Estado norteamericana. Hilary Clinton, partidaria de una intervención directa y contundente contra el régimen de El Assad. El propio Presidente Obama se ha visto obligado a censurar la postura de la jefa de la diplomacia estadounidense. Hilary se decantó finalmente por el envío de ayuda “no letal” al Ejército Libre de Siria. Se trata de equipo de transmisión vía satélite y gafas para la visión nocturna, empleadas por las tropas estadounidenses en los conflictos de las últimas décadas. Una puntualización: las gafas no sirven sólo para protegerse contra el enemigo, como afirman los norteamericanos; también se utilizan en los ataques nocturnos…

Huelga decir que en el caso de Siria, al igual que en el mal llamado operativo “humanitario” de Libia, presenciamos un descarado intento de manipulación de la opinión pública. Lo que se pretende es ocultar deliberadamente los abusos cometidos por los “combatientes por la libertad”, es decir, por los grupos armados que integran el autodenominado Ejército Libre de Siria. De hecho, ya en abril de 2011, el rotativo Asia Times se hacía eco de la muerte en Banyas de militares de las fuerzas regulares, fusilados por los rebeldes.

Los medios de comunicación occidentales no informan sobre los atentados suicidas perpetrados por extremistas en Damasco o Alepo, ni sobre los llamamientos a “la lucha” atribuidos a la red de Al Qaeda. De hecho, para Washington y sus aliados occidentales “amigos de Siria”, el único interlocutor válido es el Consejo Nacional Sirio, entelequia integrada por exiliados, miembros o simpatizantes, en su gran mayoría, de la cofradía de los Hermanos Musulmanes. ¿Serán éstos los verdaderos artífices de la futura democracia, partidarios de la celebración de elecciones libres y de la introducción de un sistema político pluripartidista? La involución detectada en otros países de la zona, donde se han impuesto las “primaveras árabes”, nos incitan a dudar de la validez de los resultados obtenidos.

Algunos políticos de la zona, como por ejemplo el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, denuncian el involucramiento en el conflicto interno sirio de países como Arabia Saudita y Qatar, que propugnan la intervención armada. Estima el dignatario iraquí que los Estados que “están interviniendo en los asuntos internos de Siria” se arrogarán el derecho de injerencia en los asuntos de cualquier otro país de la región.

“¿Cuándo apoyó Arabia Saudita la libertad?”, clama al Maliki. Curiosamente, sus declaraciones fueron acalladas por los medios de comunicación… ¡árabes! Un ejemplo: la cadena de televisión Al Yazira, propiedad de la familia principesca de Qatar, se limita a ofrecer una cobertura parcial del conflicto. De hecho, algunos de sus redactores se vieron obligados a dimitir, por disconformidad con la política editorial de la emisora.

Cabe preguntarse, pues: ¿qué interés tiene la Administración Obama en apoyar el cambio de régimen en Siria? Es obvio que las estructuras ideadas por Hafez el Assad, padre del actual “hombre fuerte” de Damasco, sobrevivirán al levantamiento de los rebeldes y que un enfrentamiento prolongado sólo aumentaría el número de bajas civiles.

Pero hay más: según una encuesta realizada en febrero por la agrupación “Los Debates de Doha” y financiada por la Fundación Qatar, el “55% de los sirios desean que Assad permanezca en el poder” por temor a la guerra civil. Para los pobladores de las tierras del antiguo califato es importante que Bashar siga gobernando, pero comprometiéndose, eso sí, a celebrar elecciones libres en un futuro no muy lejano.

Nada que ver, todo ello, con las inexplicables prisas y prioridades de la Sra. Clinton.

lunes, 23 de abril de 2012

Nuestro amigo el jeque


Hace un par de décadas, cuando el Presidente Bush le exigió al emir de Qatar que trate de moderar el discurso antioccidental de la cadena de televisión Al Jasira, el príncipe le recordó al inquilino de la Casa Blanca que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica consagraba la libertad de expresión. Y que él, monarca de un pequeño principado del Golfo Pérsico y… dueño de la popular emisora, no haría nada para acallar a los redactores de la cadena, periodistas palestinos, jordanos o sirios afincados en el emirato donde, al parecer, soplaban vientos de cambio.


Al Jasira acompaño, pues, a la opinión pública árabe durante la toma de Kabul por las tropas de la coalición liderada por los Estados Unidos, durante la guerra de Irak y la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza, durante los movimientos reivindicativos que desembocaron en las llamadas “primaveras árabes” y la mal llamada intervención “humanitaria” de la OTAN en Libia. Hoy en día, Al Jasira informa puntualmente sobre los trágicos acontecimientos de Siria. Su in negable popularidad le ha permitido abrir un canal en lengua inglesa, destinado a ofrecer una opinión alternativa sobre la actualidad en tierras del Islam.

Mas junto a este arma, el jeque Hamad bin Jalifa al Thani, monarca de Qatar, emplea otros métodos de persuasión. Huelga decir que no se trata siempre de actuaciones diplomáticas. Curiosamente, sus vecinos saudíes le acusan de utilizar sus riquezas para fomentar campañas de protesta, que podrían desestabilizar el régimen wahabita. Los “moderados” de la Liga Árabe le echan en cara su insistencia a la hora de reclamar el envío de armas a los militares sirios rebeldes o de barajar el posible (por ahora, hipotético) envío de un contingente militar árabes al país de los omeyas.

Lo cierto es que el hábil juego político del qatarí le permite contar con aliados tanto en las filas de los radicales islámicos de Hamas y Hezbollah como en el seno del Gobierno israelí. ¿La clave? Qatar es, ante todo, uno de los países más ricos del planeta. En 2011, el emirato registró una tasa de crecimiento del 18,7 por ciento. En PNB per cápita es de 102,700 dólares. El emirato ocupa, pues, el segundo lugar en la lista de los Estados más prósperos del mundo. De hecho, sus reservas de gas natural y de petróleo parecen… inagotables.

Pero el jeque al Thani no es sólo un buen gestor de la bonanza del emirato. El pasado año, el qatarí invirtió más de 30.000 millones de dólares en las economías occidentales. En Europa, la familia principesca controla un 20 por ciento de las acciones de la compañía Volkswagen, un “modesto” 7 por ciento del banco británico Barclays, la cadena de supermercados Sanisbury y los grandes almacenes londinenses Harrods.

Tampoco faltan en este cuadro de caza del jeque los torneos de tenis o de golf, la financiación directa de grandes clubs deportivos, el deseo de organizar el campeonato mundial de fútbol y, ¿por qué no? los Juegos Olímpicos de 2022.

¿La oposición? Aparentemente, inexistente. El principado está gobernado por una familia – los Al Thani - a los que se suman los parientes de la esposa del emir, la princesa Mozah, quien dedica la mayor parte de su tiempo a la puesta en marcha de multimillonarios programas educativos. Sus interlocutores internacionales son las Universidades de Cornell y de Gergetown, conocidas por su afán de excelencia.

Aún así, hay quien acusa a los Al Thani de apoyar o de aprovecharse del descontento que reina en el mundo árabe para afianzarse como una de las dinastías más pudientes y más estable del Islam. La familia principesca trata de ofrecer una imagen amable, de gente moderna y tolerante. Nada que ver con los déspotas cuya caída celebraron estos últimos meses las cancillerías occidentales. Una imagen que agrada al inquilino de la Casa Blanca, gusta en el número 10 de la Downing Street, parece más que apetecible o aceptable para los políticos europeos que buscan desesperadamente “mecenas” dispuestos a hacerse cargo de la financiación de la deuda de sus respectivos países.

Pero subsiste el interrogante: ¿es el jeque Al Thani un verdadero, un desinteresado filántropo?

viernes, 13 de abril de 2012

Turquía rechaza la intolerancia religiosa


“Aunque Turquía sea un Estado laico y moderno, nosotros, los no musulmanes, no estamos habilitados a adquirir propiedades ni tampoco a cultivar la tierra”, confesaba hace ya más de dos décadas un viejo intelectual cristiano afincado en las orillas del Bósforo. Su familia – parte integrante del mosaico de razas y culturas que conforman la cosmopolita sociedad oriental - llevaba siglos en tierras conquistadas por las tribus otomanas.



Huelga decir que, pese al carácter tolerante de los pobladores del Estado moderno fundado en la década de los 20 del siglo pasado, un conjunto de usos y costumbres heredado de la época del Imperio obstaculiza la integración de las minorías no musulmanas en la vida del país. Algunas de las prohibiciones vigentes recuerdan extrañamente la vieja normativa legal coránica, derogada tras la revolución liderada por Mustafá Kemal Atatürk.



“A veces, la normativa legal no es restrictiva, pero sí lo son los hábitos que aún rigen la sociedad”, señalaba mi interlocutor. “Lo que la ley no prohíbe, lo consagra la rutina. Nuestros vecinos musulmanes no suelen ser racistas ni intolerantes. Pero se han hecho a la idea de que “hay cosas que no cambian, que no pueden cambiar”. Pero de ahí a hablar de odio racial o persecución religiosa, hay un verdadero abismo…



“Olvido” y “desconfianza” son los vocablos empleados a la hora de analizar las relaciones entre el Estado turco y las minorías no musulmanas – griegos ortodoxos, católicos romanos, armenios, asirios, caldeos, israelitas. Mas las autoridades de Ankara tratan por todos los medios de superar ese estado de cosas. De hecho, el Presidente Abdullah Gül recibió recientemente al patriarca ortodoxo de Estambul, y visitó varios lugares de culto cristianos y hebreos situados en Hatay. ¿Una auténtica primicia?



No, no se trataba de simples hechos aislados. En mayo de 2010, la oficina del Primer Ministro Erdogan emitió un comunicado oficial en el que se instaba a los funcionarios públicos a renunciar a cualquier acto discriminatorio contra las minorías étnicas, haciendo hincapié en la igualdad de todos los ciudadanos (turcos) ante la Ley. Unos años antes, en 2003, el primer Gobierno Erdogan anunció una serie de medidas destinadas a solucionar el vacío jurídico que impedía el funcionamiento de las asociaciones creadas e integradas por las minorías religiosas. Ya en aquél entonces, unas 300 propiedades pertenecientes a dichas minorías – edificios, tierras de cultivo – fueron registradas oficialmente ante notarios. Las agrupaciones religiosas fueron autorizadas a disponer de bienes inmuebles y/o recibir ayuda económica procedente de otros países. Para facilitar la actuación de las iglesias cristianas, se concedió la nacionalidad turca a los patriarcas ortodoxos. Asimismo, se permitió a los no musulmanes a formar parte del Consejo Nacional de Asociaciones, órgano estatal que aglutina las congregaciones religiosas.



Aunque los no musulmanes representan un escaso 1 por ciento de la población turca – alrededor de 30.000 almas - se han tomado medidas para la renovación de emblemáticos lugares de culto greco-ortodoxos y armenios.



Al adoptar esa postura tolerante, Turquía trata de cerrar el viejo paréntesis imperial. De hecho, las medidas de normalización de las relaciones con las comunidades no musulmanas van a “contracorriente”, sobre todo teniendo en cuenta las actitudes cada vez más sectarias de algunos protagonistas de las llamadas “revoluciones verdes”.

miércoles, 4 de abril de 2012

Siria: la "última oportunidad"



“Dicen que esta es la última oportunidad que se le brinda al régimen de Damasco. Pero, ¿qué significa eso exactamente?”, pregunta ingenuamente el joven periodista. “La última oportunidad es lo que suelen decir los diplomáticos cuando carecen de argumentos convincentes”, responde su interlocutor, veterano corresponsal político “enganchado” a las crisis, golpes de estado, guerras civiles o conflictos regionales. “La última oportunidad…”



Sucedió el pasado fin de semana, en los pasillos de la conferencia de Amigos de Siria, celebrada en Estambul. La cumbre parecía mal encaminada. De hecho, la mayoría de los observadores habían vaticinado su fracaso. Sin embargo, los poderes fácticos del planeta Tierra lograron convertir el previsible fiasco en… moderado éxito.



Antes del inicio de las consultas, se barajaban distintas opciones, divergentes cuando no contradictorias. Arabia saudita y Qatar, que lideraban la línea dura del atomizado grupo árabe, parecían haberse decantado por la solución armada; armas para los rebeldes sirios, envío de tropas de interposición, intervención militar contra el ejército de Bashar el Assad desde las fronteras con Jordania y Turquía. Por su parte, el régimen de Ankara contemplaba una política de “mano dura” con el clan de los alauitas de Damasco. Turquía había hecho las paces con los sirios después de más de medio siglo de enfrentamientos, mas al tener que asumir el delicado papel de “ejemplo” ante las llamadas revoluciones árabes, se vio obligada a renunciar a la recién sellada alianza para distanciarse de cualquier foco de conflicto capaz de comprometer su imagen.



Los emisarios de las llamadas primaveras parecían, por su parte, propensos a exportar sus experiencias revolucionarias. Una opción esta poco viable; el régimen de el Assad cuenta – contaba con cimientos más sólidos que las dictaduras del tunecino Ben Ali o el egipcio Mubarak.



Los países occidentales ofrecieron la habitual muestra de democrática desunión. Mientras Norteamérica parecía empeñada en acabar cuanto antes con el gobierno autoritario de El Assad, los europeos, liderados por Francia, se decantaron por la vía humanitaria: cese de la violencia, envío de ayuda de emergencia, creación de pasillos humanitarios, negociaciones destinadas a facilitar la salida más o menos airosa del tirano y su sustitución por el Consejo Nacional Sirio, agrupación integrada por intelectuales exiliados, en su gran mayoría, en suelo… galo.



Armas, medicinas, sanciones, diplomacia… Golpe militar deseado o fomentado por algunos, golpe de palacio ideado por los servicios de inteligencia. Un caótico panorama que irritaba sobremanera a los ayatolás iraníes, aliados históricos de los alauitas. Un quebradero de cabeza para el ya de por sí poco estable Gobierno iraquí, preocupado ante la perspectiva de nuevos desequilibrios regionales.



Para Rusia y China -las dos grandes potencias que tratan de mantener o adquirir protagonismo en la zona- la situación resultaba extremadamente incómoda. El apoyo al régimen de Damasco les convertía en los “malos de la película”. Tampoco hay que extrañarse: el guión lo habían escrito autores transatlánticos, partidarios de regímenes islamistas “amigos”. ¿Amigos? Pero, ¿amigos de quién?



La cumbre de Estambul terminó echando leña al fuego de los rebeldes sirios. La última oportunidad se parecía, como dos gotas de agua, a otros espejismos; a los habituales espejismos generados por los conflictos que proliferan en Oriente Medio.



El rayo de luz o tal vez de sol (al shams- sol y también el nombre árabe de Damasco), apareció tras el final de las consultas, al anunciar el enviado de las Naciones Unidas y la Liga Árabe, Kofi Annan, la aceptación por parte de El Assad del plan de paz elaborado por el hasta ahora poco afortunado diplomático africano. En principio, Siria se compromete a llevar a la práctica las propuestas pacificadoras de Annan a partir de la próxima semana. ¿Será esta la última oportunidad? El que eso escribe difícilmente puede disimular sus reticencias.