viernes, 30 de septiembre de 2011

1.100 razones para desconfiar de Benjamín Netanyahu


De “baile de los hipócritas” tildó el historiador y periodista francés Dominique Vidal las intervenciones de los presidentes Barack Obama y Nicolas Sarkozy ante la Asamblea General de las Naciones Unidas durante el desolador debate sobre la solicitud de adhesión de la Autoridad Nacional Palestina. Una penosa fiesta de disfraces a la que tanto Vidal como el autor de estas líneas tuvieron la desgracia de asistir en numerosas ocasiones.


Palestina, bandera enarbolada por los defensores de los derechos humanos, por los amantes de la paz, por los cristianos progresistas y los israelíes antisistema, ha sido durante décadas el “mantra” de quienes desean acabar con una injusticia histórica: la marginación de un pueblo que ansia, al igual que los hebreos, tener un hogar, una patria.


Mas a la demagogia de algunos – no todos los partidarios de la causa palestina reclaman forzosamente justicia o equidad – se suma el cinismo de otros. Para los políticos occidentales, el interminable conflicto israelo-palestino se limita a un mero dilema: Israel o suministros energéticos. Apostar por la defensa del sionismo o la amistad con los príncipes del petróleo.


Desde la creación del Estado judío, todos los Presidentes norteamericanos se vieron obligados a hacer frente a este desafío. En la mayoría de los casos, la presión política les ha impedido encontrar una solución de compromiso. En cuanto a Europa se refiere, el Viejo Continente parece incapaz de asumir dignamente y defender sus intereses específicos en la región mediterránea. Conviene recordar, sin embargo, que los acontecimientos de Oriente Medio y el Magreb suelen repercutir de manera directa sobre la situación socio-económica de los países europeos. Sin embargo, Europa ha sabido hablar con una sola voz durante la guerra de Irak, durante la lamentable pantomima diplomática que acompañó y trató de ocultar los ataques “humanitarios” de la OTAN contra la población civil de Libia.


En el caso de Palestina, todos los actores exigen un arreglo pacífico. Todos tienen, o pretenden tener, una postura firme ante los protagonistas del conflicto. ¿Firme? Un ejemplo concreto del zigzagueo de los Gobiernos occidentales lo constituyen las declaraciones de la Ministra española de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, que reclamó el reconocimiento del Estado palestino en las páginas del mayor rotativo madrileño un domingo por la mañana y se limitó a ofrecer a los “amigos” palestinos un “asiento plegable” de observador ante la ONU cinco días más tarde, tras haber escuchado las buenas palabras del gran líder galo, Nicolas Sarkozy.


Tras la decisión del presidente de la ANP, Mahmúd Abbas, de presentar la solicitud de reconocimiento del Estado palestino en las Naciones Unidas, solución contemplada hacia finales de la década de los 90 por el propio Yasser Arafat, pero desaconsejada por su entonces “número dos”… ¡Mahmud Abbas! los cuerpos de bomberos encargados de sofocar los incendios geopolíticos se pusieron en marcha. Washington, Naciones Unidas, el Cuarteto, trataron de persuadir a palestinos e israelíes que urge reanudar el diálogo bilateral, interrumpido por la dejadez de los grandes de este mundo.


La respuesta del Gabinete Netanyahu no tardó en llegar. Las autoridades hebreas dieron luz verde a la construcción de 1.100 apartamentos en un asentamiento de Jerusalén Este. Respuesta sincera y contundente. Curiosamente, en este caso concreto, nadie habló de los “atajos en la vía hacia la paz”. La Casa Blanca se limitó a constatar (y lamentar) el abuso del ejecutivo hebreo.


Pero, ¿en qué quedan las promesas de potenciar la solución de dos Estados: el judío y el árabe? ¿Qué pasa con las resoluciones, la montaña de resoluciones aprobadas por las Naciones Unidas desde aquel fatídico 29 de noviembre de 1947, fecha en la que se aprobó la partición de Palestina? ¿Puro papel mojado? ¿Es esa la tan cacareada “legalidad internacional”?


Hoy en día, los palestinos y la comunidad internacional tienen 1.100 razones de más para desconfiar de las buenas intenciones del Gabinete Netanyahu. El “baile de los hipócritas” continúa.