sábado, 17 de diciembre de 2011

¿Grietas en el "modelo" turco?


Durante los primeros meses de las revueltas árabes, Turquía se convirtió en el “ejemplo a seguir”, en un país musulmán modélico, que había logrado compaginar los rígidos preceptos del mahometanismo con la necesidad de apostar por las estructuras laicas del Estado moderno. En efecto, las corrientes renovadoras de Oriente Medio y el Norte de África, parecían dispuestas a asumir el “modelo turco”, el tan cacareado “islamismo moderado” alabado y avalado por la casi totalidad de la clase política estadounidense.


Mas el espejismo de este idealizado sistema de gobierno empezó a desvanecerse tras las elecciones celebradas en Túnez, Marruecos y Egipto, en las que se alzaron con la victoria agrupaciones de corte religioso, más propensas a exigir la introducción de la Sharia (ley coránica) que a seguir los pasos de los herederos de la revolución laica de Mustafá Kemal Atatürk. Otro país que podría decantarse por la Sharia es Libia, donde la intervención militar de la OTAN acabó con el sistema laico impuesto por el dictador Gadafi.


Hoy en día, los artífices de las “primaveras árabes” o, mejor dicho, los beneficiarios de las revueltas que sacudieron en mundo islámico, barajan dos opciones, aparentemente opuestas: el “modernismo” turco y el “radicalismo” iraní. Ankara y Teherán se libran, pues, batalla en el tablero de las revoluciones protagonizadas por los “indignados” musulmanes, en una región clave para la geoestrategia de los suministros energéticos. Basta con recordar las exigencias de algunas potencias occidentales durante la guerra de Libia; Estados Unidos reclamaban el control del 50 por ciento de la producción de crudo y Francia, un “modesto” 30-40 por ciento. ¿El pudor? ¿Para qué? Sabido es que la guerra no se libró para proteger a los pobladores del desierto libio, para defender los ideales democráticos que (supuestamente) imperan en el “primer mundo”. Pero a la hora de la verdad, los Gobiernos de los países industrializados no dudaron en recomendar a los contestatarios musulmanes la adopción del socorrido y neutro “modelo turco”.


Turquía fue, recordémoslo, uno de los primeros países de la zona que reaccionó ante el malestar que acabó desembocando en la oleada de reivindicaciones de la sociedad árabe. Sus gobernantes no dudaron en exigir la marcha del raís egipcio, Hosni Mubarak, en apoyar las protestas de la calle árabe. La política exterior Ankara, basada durante décadas en la doctrina “conflicto cero”, es decir, de buena vecindad con los Estados de la región, experimentó un giro de 180 grados durante los primeros meses de 2011. Las relaciones cordiales o correctas con Siria, Irán e Irak acusaron un notable deterioro; el “idilio” con Israel, la “otra democracia” de Oriente Medio, con la que Turquía había establecido estrechos vínculos económicos y militares, se convirtió en auténtico enfrentamiento. Ankara abandonó su papel de árbitro y moderador para convertirse en una potencia regional.


Una potencia que parece más propensa a acercarse a Moscú o a las repúblicas asiáticas de la antigua URSS, donde trata de contrarrestar la creciente influencia del radicalismo iraní. En efecto, tras la “humillación” sufrida por el constante rechazo de la Unión Europea, los turcos orientan sus baterías hacia Asia, un continente que conocen perfectamente y donde, de paso sea dicho, gozan de un gran prestigio. Este cambio no parece preocupar sobremanera a los gobernantes norteamericanos, que apuestan por la habilidad de los turcos para neutralizar los designios expansionistas de Teherán en la vecina Irak, de controlar las minorías étnicas afganas, de establecer un equilibrio de fuerzas favorable a Washington en la región de los Balcanes.

Pero al cambio de orientación estratégica en el exterior se suma otro factor, a la vez importante e inquietante: la erosión del sistema democrático. En los últimos meses, sobre todo después de las elecciones celebradas en verano pasado, las relaciones entre Ankara y la minoría kurda han sufrido un espectacular deterioro. Para los analistas políticos otomanos, la situación actual recuerda la difícil década de los 90, lo que podría traducirse, a la larga, en la vuelta al poco deseable, al temible autoritarismo.


Para los sectores laicos, ese estado de cosas halla sus raíces en el avance del radicalismo religioso. Algo que los occidentales no parecen muy propensos a percibir. O… admitir.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Vientos de cambio en la economía mundial


Las compañías transnacionales, que desempañan un papel clave en el desarrollo de la economía mundial, están controladas por un “pequeño y selecto” grupo de empresas radicadas en los países industrializados. Según un informe elaborado por los investigadores del Instituto Federal Suizo de Tecnología, un núcleo integrado por 147 empresas europeas, norteamericanas y japoneses controla el 40% de las actividades económicas de nuestro planeta. Se trata, en la mayoría de los casos, de institutos financieros y compañías de seguros, que supervisan, a través de inversiones selectivas, las actividades de las 43.060 principales corporaciones industriales del “primer mundo”.


Conviene señalar que los resultados de la encuesta no parecen haber sorprendido sobremanera a los expertos en macroeconomía, quienes estiman que el estudio ofrece “información muy valiosa” sobre la estabilidad a escala mundial, poniendo de manifiesto las ventajas, aunque también los inconvenientes de la actual arquitectura financiera global.


Sin embargo, hay quién cree que el actual sistema tiene los días contados, ya que el porvenir de la economía dependerá cada vez más de otros factores. Un estudio elaborado recientemente por Citigroup, la mayor compañía de servicios financieros, señala que dentro de cuatro décadas el panorama de las relaciones económicas y comerciales experimentará cambios espectaculares. Ello se debe, ante todo a la aparición de nuevos y dinámicos actores: los países emergentes.


Estiman los expertos de Citigroup que en 2015 los intercambios comerciales de China superarán la cifra global del comercio exterior estadounidense. Se calcula que en 2050 las exportaciones chinas representarán el 18,2% del comercio global, colocando al gigante asiático en la cabeza de las potencias comerciales.La India ocupará en segundo lugar, controlando el 9% de los intercambios, mientras que Estados Unidos tendrá que contentarse con el tercer puesto, realizando el 6,6% del comercio. Alemania será la cuarta potencia comercial; sus intercambios apenas alcanzarán un 3,5% del comercio mundial. Corea del Sur ocupará el quinto puesto con un 3,4%, seguida por Indonesia, con 3,1 %, Hong Kong, con 2,3%, Japón, con 2,7%, Singapur, con 2,4%. El Reino Unido quedará relegado en el décimo lugar, con un escaso 2,1 % del comercio.


Señalan los analistas financieros que la disminución de los intercambios comerciales internacionales se ha ido acentuando tras la quiebra, en 2008, del banco estadounidense Lehman Brothers. Sólo en 2010, el comercio ha registrado una caída del orden de 12,2%, incidiendo en mayor medida en las actividades económicas de los países europeos, seriamente afectados por la crisis de la deuda soberana. De todos modos, es obvio que el futuro de la economía y el comercio mundiales depende y dependerá cada vez menos de los “viejos” protagonistas: los países industrializados.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Y ahora, ¿a quién más bombardeamos?


Durante los primeros meses de la llamada “primavera árabe”, tanto los políticos occidentales como los integrantes del núcleo duro de la Administración Obama, coincidieron en reclamar una contrapartida generosa y razonable por parte de Israel. En resumidas cuentas, lo que reclamaba Occidente parecía relativamente sencillo: esperaba que “establishment” de Tel Aviv trate de amoldarse a las nuevas realidades de Oriente Medio, al nuevo panorama geopolítico emanante de los cambios registrados en Túnez y Egipto, de los movimientos de protesta de Yemen y Jordania, de Marruecos y Siria. Una invitación ésta a la que los políticos hebreos contestaron con su habitual cinismo: “Esperad a ver la resurrección del islamismo radical”. Sin embargo, para las Cancillerías occidentales la argumentación israelí parecía poco convincente. Y aún más, después de la caída de Gadafi y la necesidad de buscar una respuesta válida y contundente a la sangrienta represión ejercida por el “hombre fuerte” de Damasco: Bashar el Assad.


En resumidas cuentas, Occidente le pidió a Israel comprensión, paciencia, moderación. Pero sucedió lo que todos esperábamos: el Gabinete Netanyahu optó por resucitar los viejos fantasmas del Holocausto y la destrucción del Estado judío. El enemigo: el régimen islámico de Teherán, acusado por Tel Aviv de llevar a cabo un maquiavélico programa nuclear destinado a convertir el país de los ayatolás en una potencia regional dotada de armas atómicas. Ficticia o real, la amenaza empezó a perfilarse hace una década, cuando el entonces Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, exigió al Presidente Bush “luz verde” para bombardear las instalaciones nucleares iraníes. Sharon tropezó, sin embargo, con el veto de la Casa Blanca. Washington había colocado demasiados peones en el tablero de Oriente Medio. Un operativo militar contra Irán podía haber provocado el descalabro de los proyectos estadounidenses en la región.


Esta semana, el Primer Ministro israelí volvió a anunciar la inminencia de un ataque preventivo contra los reactores nucleares persas. Esta vez, al “halcón” Netanyahu se le suma el titular de Defensa, Ehud Barak, el político laborista que heredó el poco apropiado apodo de “Pacificador”. Como tal, Barak puede enorgullecerse de haber acelerado colonización de Cisjordania y la expropiación de propiedades árabes en Jerusalén Este. El extraño tándem parece decidido a actuar con o sin el beneplácito de los Estados Unidos, con o sin el apoyo de las fuerzas de la OTAN. Una iniciativa que comparte el ministro de Asuntos Exteriores, el radical Avigdor Lieberman.


Recuerdan los estrategas que tanto Israel como Irán cuentan con los mejores ejércitos de la zona, que ambos disponen de misiles de medio alcance, de una fuerza aérea dotada de varios centenares de cazas (unos 460, en el caso de Israel y alrededor de 340 en el de Irán). Y aunque el Estado judío tiene una población de 7 millones y la República Islámica cuenta con 75 millones de habitantes, los efectivos de ambos superan el medio millón de hombres.


Cabe suponer que las autoridades hebreas esperen la publicación, el próximo día 8, del último informe sobre el desarrollo del potencial nuclear iraní elaborado por los expertos del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) para justificar su decisión de actuar contra el rival nuclear en ciernes. Cabe esperar que en la próxima cumbre Estados Unidos – Unión Europea, que tendrá lugar en Washington el 28 de noviembre, el inquilino de la casa Blanca, crecido por el “éxito” de la operación militar contra Libia y aparentemente más preocupado por la necesidad imperiosa de incrementar su cuota de popularidad en los Estados Unidos antes de las elecciones de 2012, no pregunte eufóricamente a sus interlocutores: “Y ahora, ¿a quién más bombardeamos?”

viernes, 28 de octubre de 2011

De la "primavera verde" a la "democracia islámica"


A comienzos de la próxima semana, el alto mando de la Alianza Atlántica dará por finalizada su “misión humanitaria” en Libia. La guerra, pues hay que llamar las cosas por su nombre – la intervención en Libia ha sido una de la peores guerras coloniales de la era moderna – acaba con la caída y el más que humillante asesinato del dictador Gadafi, poniendo en entredicho las “altruistas” motivaciones de Occidente y su peculiar interpretación del vocablo “ética” a la hora de avalar los escasos, sino inexistentes valores humanos de los detractores del tirano. Curiosamente, esta vez nadie se atrevió a afirmar que “la muerte de Gadafi es el triunfo de la democracia”. Porque no se puede hablar de democracia en este país-yacimiento de petróleo, en este territorio sin ley, que los militantes salafistas y sus aliados pretenden convertir en una…”democracia islámica”.



Hace unos meses, cuando los egipcios iniciaron la ocupación pacífica de la cairota plaza Tahrir, un joven periodista me preguntó si los movimientos de protesta registrados en los países árabes eran obra de la cadena de televisión Al Yasira, de las redes sociales o de las fuerzas ocultas que manipulan la información vehiculada a través de los teléfonos Blackburry. Se me ocurrió contestarle que, a mi juicio y parecer, se trataba de un fenómeno mucho más complejo, relacionado con la frustración y el hartazgo de las masas, de unas generaciones incapaces de divisar el porvenir en los escleróticos regímenes autoritarios del soñoliento mundo árabe-musulmán. De hecho, el inesperado éxito de lasa “primaveras verdes” nos permitía albergar la esperanza de cambios espectaculares en el Magreb y el Mashrek. ¿La revolución de Al Yasira? ¡Menudo disparate!



Lo que sí es cierto es que los movimientos reivindicativos seguían el mismo guión, muy parecido, cuando no idéntico al famoso proyecto del “Gran Oriente Medio” ideado es su momento por la Administración Bush. Un proyecto que no llegó a materializarse, puesto que el anterior inquilino de la Casa Blanca parecía más interesado en la seguridad energética de los Estados Unidos que en la posible democratización de las tierras del Islam. Sin embargo, las ideas de Bush fueron llevadas a la práctica -de manera muy torpe- por su sucesor, Barack Obama. En efecto, la “primavera verde” provocó la caída de algunos regímenes pro occidentales del mundo musulmán.



Ni que decir tiene que la desaparición de los dictadores “amigos” plantea varias incógnitas a los gobernantes europeos. Conviene preguntarse si los radicales islámicos – Hermanos Musulmanes, An Nahda, movimiento salafista, etc. – que se limitaron a observar sin inmutarse la rebelión de las masas, no acabarán haciéndose con Gobiernos emanantes de las protestas, si las “primaveras verde” no desembocarán en un sinfín de “democracias islámicas”, más propensas a aplicar a rajatabla la ley islámica (Shariá) que implantar y/o acatar los derechos humanos. El temor a la radicalización de los países musulmanes empieza a adquirir carta de naturaleza en algunas capitales del Viejo Continente. En efecto, a Washington las implicaciones geoestratégicas de la “democracia islámica” le afecta en menor medida.



Los politólogos occidentales han confeccionado la lista de las futuras “democracias”. Se trata de Egipto, Gaza, Líbano, Libia, Siria, Túnez y…Turquía, países donde, según la jerga periodística anglosajona, podrían afianzarse los islamistas “moderados”. ¿Moderados? Extraño concepto, éste… ¿Cuándo se habló de “comunismo moderado” o de “democracia cristiana moderada”? ¿Cuándo se habló de militantes políticos o religiosos moderados?



El islamismo político que salga victorioso de las urnas será, sin duda, la avanzadilla del llamado Islam revolucionario. No hay que temerlo ni aborrecerlo; es preciso tratar de comprender y asimilar el fenómeno, generado por el Departamento de Estado de la era Bush con el apoyo militar de la OTAN. Nos toca a nosotros, europeos, buscar vías de cohabitación. Algo que, sin duda, no resultará excesivamente sencillo.

viernes, 7 de octubre de 2011

Turquía: ¿a contracorriente?


A finales de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) se alzó por vez primera con la victoria en las elecciones generales turcas, el entonces Presidente de los EE.UU. George W. Bush, instó a sus aliados europeos a “acoger en su seno a los islamistas moderados de Ankara”. El inusual entusiasmo del inquilino de la Casa Blanca tropezó, sin embargo, con la reticencia de la clase política del Viejo Continente. Los Gobiernos de París y Berlín no parecían muy propensos a dar la bienvenida al “amigo otomano”.


Los argumentos esgrimidos por los alemanes y los franceses –diversos pero complementarios- reflejan el malestar de los países de Europa Central frente a la hasta ahora hipotética adhesión de Turquía a la UE. Para los alemanes, que cuentan con alrededor de dos millones de trabajadores inmigrados de origen turco, el problema es a la vez cultural y demográfico. Se trata, en efecto, de una población musulmana, que cuenta con una tasa de natalidad muy superior a la de los ciudadanos germanos. Los franceses recurren a las “diferencias culturales” para ocultar su verdadero temor: el importante perjuicio económico que podría causar el ingreso de Turquía en la Unión a la balanza comercial gala. Los estudios realizados por varias universidades francesas ponen de manifiesto los auténticos motivos de preocupación de los empresarios y políticos franceses. De todos modos, los europeos prefieren disimular sus sentimientos. “Turquía puede esperar…” Pero el interrogante es: “¿hasta cuándo?”


La verdad es que en los últimos dos lustros la situación del país otomano ha experimentado importantes cambios. Merced a una política exterior sumamente hábil y a una tasa de desarrollo económico espectacular, Turquía se ha convertido en una potencia regional, respetada y/o temida por sus vecinos. Las autoridades de Ankara lograron establecer el equilibrio entre las controvertidas relaciones con el régimen de los ayatolás de Irán y los no menos polémicos lazos con las autoridades de Tel Aviv. Obviamente, el idilio con los radicales islámicos de Teherán irritaba sobremanera a los Gobiernos occidentales, mientras que la normalidad de los contactos con el Estado judío molestaba a los países árabes de la zona, incapaces de concebir una relación fluida entre musulmanes y hebreos. Mas el Gobierno de Recep Tayyep Erdogan se enfrentó con Israel en mayo de 2010, al respaldar Ankara la iniciativa de mandar “flotillas de paz” a la Franja de Gaza. El incidente de Mavi Marmara, el barco asaltado por comandos israelíes, provocó una oleada de indignación en Turquía. El Gobierno se sumó a la protesta, calificando el incidente de “casus belli”. Un distanciamiento muy oportuno, teniendo en cuenta los espectaculares acontecimientos registrados en la región unos meses más tarde. En efecto, la congelación de las relaciones entre Ankara y Tel Aviv coincidió con el inicio de la llamada “primavera árabe”.


Turquía optó por cambiar de rumbo. En efecto, el papel de país musulmán modélico resultaba mucho más interesante para los políticos turcos. Pero, ¿es viable el modelo turco en otros estados árabes? Hoy por hoy, la respuesta es “no”. Los protagonistas de las “revoluciones” árabes – Túnez, Egipto, etc. – no comparten la herencia del kemalismo.


Por razones estratégicas, Ankara decidió enfrentarse a Bashar el Assad, el dictador sirio que se convirtió en el enemigo público de Occidente. Pero conviene recordar que Turquía y Siria siempre mantuvieron relaciones tensas.


El Gobierno Erdogan tiene pendientes una serie de reformas internas: la redacción de una Constitución democrática, que cuente con un amplio apoyo popular, la solución de la cuestión kurda, las trabas a la libertad de prensa, el diálogo político, etc.


En cuanto a las relaciones con la UE se refiere, la negativa de abrir los puertos y aeropuertos a las naves de bandera chipriota podría entorpecer las interminables consultas sobre la adhesión de Ankara a la Unión Europea, prevista hacia 2015.


Pero hay más: la reciente decisión de Ankara de querer controlar las exploraciones gasísticas frente a las costas chipriotas y los ditirámbicos ataques del Primer Ministro Erdogan contra la amenaza nuclear israelí convierten a los “islamistas moderados” de Ankara en los enemigos de quienes aconsejaron, en su momento, a los europeos el ingreso inmediato de Turquía en el seno de la UE.


No hay que ser… turco para no comprender la estructura mental de los occidentales. De algunos occidentales.

viernes, 30 de septiembre de 2011

1.100 razones para desconfiar de Benjamín Netanyahu


De “baile de los hipócritas” tildó el historiador y periodista francés Dominique Vidal las intervenciones de los presidentes Barack Obama y Nicolas Sarkozy ante la Asamblea General de las Naciones Unidas durante el desolador debate sobre la solicitud de adhesión de la Autoridad Nacional Palestina. Una penosa fiesta de disfraces a la que tanto Vidal como el autor de estas líneas tuvieron la desgracia de asistir en numerosas ocasiones.


Palestina, bandera enarbolada por los defensores de los derechos humanos, por los amantes de la paz, por los cristianos progresistas y los israelíes antisistema, ha sido durante décadas el “mantra” de quienes desean acabar con una injusticia histórica: la marginación de un pueblo que ansia, al igual que los hebreos, tener un hogar, una patria.


Mas a la demagogia de algunos – no todos los partidarios de la causa palestina reclaman forzosamente justicia o equidad – se suma el cinismo de otros. Para los políticos occidentales, el interminable conflicto israelo-palestino se limita a un mero dilema: Israel o suministros energéticos. Apostar por la defensa del sionismo o la amistad con los príncipes del petróleo.


Desde la creación del Estado judío, todos los Presidentes norteamericanos se vieron obligados a hacer frente a este desafío. En la mayoría de los casos, la presión política les ha impedido encontrar una solución de compromiso. En cuanto a Europa se refiere, el Viejo Continente parece incapaz de asumir dignamente y defender sus intereses específicos en la región mediterránea. Conviene recordar, sin embargo, que los acontecimientos de Oriente Medio y el Magreb suelen repercutir de manera directa sobre la situación socio-económica de los países europeos. Sin embargo, Europa ha sabido hablar con una sola voz durante la guerra de Irak, durante la lamentable pantomima diplomática que acompañó y trató de ocultar los ataques “humanitarios” de la OTAN contra la población civil de Libia.


En el caso de Palestina, todos los actores exigen un arreglo pacífico. Todos tienen, o pretenden tener, una postura firme ante los protagonistas del conflicto. ¿Firme? Un ejemplo concreto del zigzagueo de los Gobiernos occidentales lo constituyen las declaraciones de la Ministra española de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, que reclamó el reconocimiento del Estado palestino en las páginas del mayor rotativo madrileño un domingo por la mañana y se limitó a ofrecer a los “amigos” palestinos un “asiento plegable” de observador ante la ONU cinco días más tarde, tras haber escuchado las buenas palabras del gran líder galo, Nicolas Sarkozy.


Tras la decisión del presidente de la ANP, Mahmúd Abbas, de presentar la solicitud de reconocimiento del Estado palestino en las Naciones Unidas, solución contemplada hacia finales de la década de los 90 por el propio Yasser Arafat, pero desaconsejada por su entonces “número dos”… ¡Mahmud Abbas! los cuerpos de bomberos encargados de sofocar los incendios geopolíticos se pusieron en marcha. Washington, Naciones Unidas, el Cuarteto, trataron de persuadir a palestinos e israelíes que urge reanudar el diálogo bilateral, interrumpido por la dejadez de los grandes de este mundo.


La respuesta del Gabinete Netanyahu no tardó en llegar. Las autoridades hebreas dieron luz verde a la construcción de 1.100 apartamentos en un asentamiento de Jerusalén Este. Respuesta sincera y contundente. Curiosamente, en este caso concreto, nadie habló de los “atajos en la vía hacia la paz”. La Casa Blanca se limitó a constatar (y lamentar) el abuso del ejecutivo hebreo.


Pero, ¿en qué quedan las promesas de potenciar la solución de dos Estados: el judío y el árabe? ¿Qué pasa con las resoluciones, la montaña de resoluciones aprobadas por las Naciones Unidas desde aquel fatídico 29 de noviembre de 1947, fecha en la que se aprobó la partición de Palestina? ¿Puro papel mojado? ¿Es esa la tan cacareada “legalidad internacional”?


Hoy en día, los palestinos y la comunidad internacional tienen 1.100 razones de más para desconfiar de las buenas intenciones del Gabinete Netanyahu. El “baile de los hipócritas” continúa.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Palestina: señas de identidad denegadas


A mediados de 1985, una delegación de “notables palestinos” o, mejor dicho, de alcaldes nacionalistas expulsados de Cisjordania por las autoridades militares israelíes, pisó por vez primera la sede europea de las Naciones Unidas, confiando en poder generar una corriente de opinión favorable a los habitantes de los territorios ocupados por el Estado judío tras la guerra de 1968. Los notables trataron de resumir ante la prensa internacional las exigencias de los palestinos. “Queremos un país, una bandera, un pasaporte”. Los representantes de Tel Aviv que presenciaron el encuentro respondieron lacónicamente: “Eso, ni lo sueñen”. Los protagonistas de aquel episodio pasaron a mejor vida. Algunos regresaron a su país; otros murieron en el exilio…


El Estado palestino fue proclamado en 15 de noviembre de 1988 en Argel, durante una reunión extraordinaria del Consejo Nacional de la OLP. A la plana mayor de la organización se sumaron delegados procedentes de Cisjordania y la Franja de Gaza. Las autoridades israelíes estaban al tanto de su presencia en la capital argelina. Sin embargo, optaron por no tomar represalias; el ejército estaba demasiado ocupado combatiendo a los chiquillos de la Intifada. Recuerdo que aquél 15 de noviembre hubo pocos fuegos artificiales, pocas manifestaciones de júbilo en la noche jerosolimitana. Sin embargo, al día siguiente los habitantes árabes de la Ciudad Santa se saludaban con una sola palabra: enhorabuena.


Quienes pensaron que aquella ceremonia iba a desembocar en el derrumbe de Israel, el “gigante con pies de barro” de las primeras semanas del levantamiento popular palestino, en el final de la ocupación y la retirada de las tropas hebreas, se equivocaron. Hubo que esperar otros cinco años hasta la no menos solemne firma de los Acuerdos de Washington, otro “hito” en la accidentada historia de Palestina. Otro engaño, otro desengaño…


En efecto, cuando los palestinos aún confiaban en la aplicación a rajatabla de los Acuerdos de Washington, el entonces primer ministro israelí, Itzak Rabin, recordó a sus impacientes vecinos que “no había fechas sagradas”, que el proceso se podía dilatar e incluso aplazar sine die. Pero, ¡ay! cometió un grave error de cálculo; las maniobras dilatorias aceleraron la radicalización de la sociedad hebrea. El resultado fue… un magnicidio.


No, jamás hubo fechas sagradas en el malhadado “proceso de paz” israelo-palestino. Los sucesivos Gobiernos de Tel Aviv trataron por todos los medios de obstaculizar el diálogo bilateral. Los pretextos empleados: diferencias lingüísticas, terrorismo, irrelevancia o inexistencia de interlocutores válidos. Yasser Arafat fue el primer interlocutor “irrelevante”. Su sucesor, Mahmud Abbas, artífice de los Acuerdos de Oslo, pasó de ser “irrelevante” a… “inexistente”. Sin embargo, hace apenas unos días, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le instó a negociar un acuerdo bilateral. Y ello, porque Abbas tuvo la pelegrina idea de llevar el asunto de la soberanía a las Naciones Unidas, sabiendo positivamente que el no-Estado que representa había sido reconocido por 126 de las 193 naciones que forman parte del foro internacional.


El presidente de la Autoridad Nacional espera poder obtener para su país un estatuto de Estado de pleno derecho, lo que le permitiría firmar tratados internacionales e iniciar acciones legales contra Israel ante el Tribunal Penal Internacional.


Y si para Benjamín Netanyahu los palestinos no están preparados para la paz, quien lleva la voz cantante ante la ONU es el presidente norteamericano Barack Obama, ferviente defensor de la primavera árabe en todas sus versiones, aunque enemigo jurado de los atajos en el camino de la paz. Obama, que hace apenas unos meses abogó desde la tribuna de la ONU en pro de la creación de un Estado palestino, decidió adoptar una postura más… prudente. ¿Sintonía con Israel? ¿Necesidad de asegurarse los millones de votos judíos en las elecciones presidenciales de 2012? Hace años, un viejo congresista estadounidense confesaba: “Cuando el lobby judío nos exige tirarnos por la ventana, la pregunta no suele ser “¿Por qué?” sino… “¿desde qué piso?”


Hoy en día, los habitantes de Cisjordania y Gaza tienen una bandera, un pasaporte. ¿Y el Estado? Los palestinos siguen soñando.

viernes, 29 de julio de 2011

Gigante en suspensión de pagos


Recuerdo que allá por los años 70, durante una de las interminables reuniones del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), un subsecretario de Estado para Comercio Exterior estadounidense me cantó las loas de la “unidad” de los países industrializados. “Apostamos por Europa; necesitamos aliados fuertes”, afirmó rotundamente. “¿Fuertes? Pero, ¿cuán fuertes?”, se me ocurrió preguntar. “No demasiado fuertes. Tampoco queremos que se conviertan en un problema para los Estados Unidos”, repuso el dignatario norteamericano.


Me acordé de este episodio hace unas semanas, al comprobar que las agencias de calificación estadounidenses hacían todo lo que estaba en su poder para acabar con el ya de por sí frágil equilibrio de la zona Euro. Sí, es cierto; las economías de los principales países periféricos de la UE no lograron asimilar el choque provocado por la onda expansiva de la crisis mundial. Los más débiles – Grecia, Irlanda, Portugal, Italia, España – se encuentran al borde del precipicio. Pero ni que decir tiene que su precaria salud depende de la constante presión de “los mercados”, a las espurias maniobras de las agencias de calificación neoyorquinas, que no dudan en empujarlos hacia el vacío. Cui prodest? ¿A quién le beneficia el crimen?


Hace unos días, a esta guerra de calificaciones y descalificaciones político-financieras se le sumó un nuevo e inquietante factor: el peligro de suspensión de pagos de la primera potencia mundial: los Estados Unidos de Norteamérica. Ficticia o real, la amenaza de una posible quiebra del hasta ahora motor de la economía mundial preocupa a políticos, economistas y banqueros. Norteamérica es, en efecto, el único país donde al Estado puede acogerse a la suspensión de pagos. Una suspensión que implica el fracaso de la gestión económica del Gobierno. Tal vez por ello los protagonistas de este extraño psicodrama – republicanos y demócratas – tratan por todos los medios de hallar un compromiso antes del próximo día 2 de agosto, fecha fatídica para Norteamérica y el porvenir del mundo occidental.


Cabe preguntarse: ¿qué pasará si Estados Unidos se declara en suspensión de pagos? Según los politólogos norteamericanos, las perspectivas son menos sombrías de lo que parece. Y ello, por la sencilla razón de que los depositarios de la mayor parte de la deuda estadounidense – el 63 por ciento – son los bancos centrales y los fondos soberanos. Los Estados de la Unión controlan un 4 por ciento de la deuda, mientras que el 33 por ciento restante se encuentra en manos de particulares.

El profesor Thomas Oatley, catedrático de ciencias políticas de la Universidad de Carolina del Norte, estima que este reparto estratégico de la deuda podría impedir que la suspensión de pagos tenga un impacto excesivamente negativo, véase traumático. Y ello, por la sencilla razón de que ni los bancos centrales ni los fondos de inversión controlados por Pekín tendrían interés en provocar el colapso de la economía estadounidense. Norteamérica es, en definitiva, uno de los principales mercados para sus exportaciones. Incluso una posible (aunque por ahora, poco probable) reducción de la calificación del sistema financiero estadounidense repercutiría en la postura muy flexible de los principales acreedores, interesados en mantener la actual interdependencia económica.


Surgen, pues, varias hipótesis de trabajo. La primera contempla la creación de una alianza internacional de acreedores, dispuesta a obtener una serie de beneficios geopolíticos de la crisis. Sin embargo, hoy por hoy parece poco probable que los distintos actores sean capaces de coordinar sus intereses, muy a menudo divergentes.


La segunda baraja la aparición de un nacionalismo económico radical chino, capaz de coger las riendas de la crisis. La tercera depende de la reacción de los mercados ante la incapacidad del Congreso de los Estados Unidos de encontrar una solución válida a corto y/o medio plazo. Por ende, la cuarta consiste en evaluar las consecuencias del choque provocado por la suspensión de pagos, acompañadas, sin duda alguna, por los inevitables recortes del gasto público y/o la contracción fiscal. Ello desembocaría, según los expertos, en la vuelta a la recesión económica. Una recesión no sólo interna, sino global, generalizada. Los comentarios sobran.

viernes, 10 de junio de 2011

Una fecha emblemática



La mayoría de los analistas políticos coincide en que el Partido para de Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por el actual Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se alzará con la victoria en las próximas elecciones legislativas, que se celebrarán el próximo día 12 de junio. Sería éste el tercer éxito electoral de la agrupación de corte islámico que irrumpió en la vida pública del país otomano a finales de 2002, tras el descalabro sufrido por partidos tradicionales, completamente desacreditados por los escándalos de corrupción y la falta de liderazgo político. En aquél entonces, el fenómeno AKP logró adueñarse de un espacio político deshabitado. Para los pobladores de Turquía empezaba una nueva etapa; la era de la transparencia y la honradez. Al menos, estas fueron las consignas de la primera campaña electoral de Erdogan.


El Primer Ministro otomano se ha fijado una meta: presidir los actos conmemorativos del centenario de la creación de la Turquía moderna. De hecho, el lema de su campaña actual es: “Objetivo 2023”. Una fecha emblemática.


Aparentemente, la estrategia ideada por el equipo del AKP es sencilla. En el caso de ganar los comicios, como previsto, el Primer Ministro tratará de impulsar la redacción de una nueva Carta Magna, que avale un modelo presidencialista, parecido al francés o al norteamericano, que recortaría los poderes del Parlamento. Una vez aprobada la nueva Constitución, Erdogan podría presentarse, dotado de plenos poderes constitucionales, a las elecciones presidenciales de 2014, ocupando el cargo que hoy en día ostenta su correligionario Abdallah Güll. Los politólogos israelíes se hacen eco del malestar provocado en Tel Aviv por la crisis de la flotilla de Gaza, tachando la maniobra del Erdogan de… “putinismo”. Aluden, claro está, a la maniobra de Vladimir Putin al decantarse por compartir el poder con su socio y amigo Vladimir Medvedev.

Pero Turquía no es Rusia. Las preocupaciones de la opinión pública otomana son, sin duda, diferentes. Los logros del equipo de gobierno del AKP avalan la buena gestión de los militantes islámicos. En la última década, Turquía se ha convertido en la 17ª potencia económica mundial (y 6ª de Europa). Merced a la hábil actuación de su diplomacia, el país de Atatürk vuelve a ocupar un destacado lugar tanto a escala regional como internacional. A la ampliación de las prestaciones sociales destinadas a las capas más desfavorecidas de la población se suma la Gran Amnistía Fiscal, que perdona parte de la deuda de los contribuyentes y sienta nuevas bases para las relaciones de la ciudadanía con Hacienda.


Otro detalle importante es la normalización de las hasta ahora conflictivas relaciones entre Ankara y la minoría kurda. En los últimos años, los kurdos han logrado el reconocimiento de sus derechos lingüísticos. Su lengua y cultura se enseñan en las universidades; la televisión oficial emite programas en kurdo durante 24 horas, las localidades recuperan su denominación en el idioma vernáculo. También es cierto que la comunidad kurda no cuenta con la totalidad de derechos civiles y políticos. Sin embargo, hay quien estima que la situación ha experimentado una notable mejoría.


Entre las preocupaciones de los partidos de oposición figura también el ambicioso programa atómico del Gobierno Erdogan, que contempla la instalación de reactores nucleares en Akkuyu, Sinop y Iğneada. Los miembros del Partido Republicano del Pueblo (CHP) hacen hincapié en el hecho de que Akkuyu se encuentra en las inmediaciones de la falla volcánica de Ecemiş, lo que implica un gran peligro para la seguridad de la población.


Sin embargo, hay otros temas que irritan mucho más a la oposición, empezando por las prerrogativas que tiene el actual Ejecutivo para el nombramiento de jueces y fiscales, lo que podría llevar, según los detractores del AKP, a la desaparición progresiva de la separación de poderes, convirtiendo a Turquía en un Estado más centralizado y menos plural.


Unos apuntes más: la reciente prohibición de la venta y el consumo de alcohol en lugares públicos, vigente desde el pasado mes de enero, la posible penalización del adulterio, la supervisión y vigilancia de Internet, la destrucción de manuscritos “no publicados” de algunos periodistas poco afines al régimen, la detención y el enjuiciamiento de militantes políticos y miembros de las Fuerzas Armadas acusados de pertenecer a la organización “Ergenekon”, supuestamente involucrada en los preparativos de un golpe de Estado. Cara y cruz de la misma moneda. Luces y sombras del país otomano…


Objetivo 2023. Una fecha emblemática.

viernes, 20 de mayo de 2011

El parto de los montes


Algunos – quizás los más ingenuos – depositaron grandes esperanzas en la cacareada “iniciativa de paz” para Oriente Medio del Presidente Barack Obama. Un proyecto que se estaba gestando hacía tiempo, lejos de las miradas indiscretas de los politólogos y los analistas de política exterior, de las aulas de los centros docentes. Sí, es cierto; hace dos años, el inquilino de la Casa Blanca escogió la aula magna de la universidad de El Cairo para lanzar su primer mensaje de reconciliación dirigido a la opinión pública del mundo árabe musulmán. Un mensaje de paz y de concordia, una invitación al diálogo, a la comprensión mutua. Un llamamiento, eso sí, acogido con sumo pesimismo por la clase política israelí, con las habituales e inevitables diatribas catastrofistas del ala más conservadora de la derecha judía, atrincherada en el rechazo de cualquier medida susceptible de acabar con el conflicto entre árabes y hebreos, palestinos e israelíes. En aquél entonces, la reacción de Tel Aviv se tradujo por un “no” rotundo a la política de la mano tendida. “Obama es un idealista”, afirmaron los dirigentes del Likud, “un elemento peligroso para la estabilidad de la zona” Aparentemente, la postura del establishment político israelí no ha cambiado.


Un análisis del discurso pronunciado esta semana por el Presidente norteamericano pone, sin embargo, de manifiesto la escasa sutileza del inquilino de la Casa Blanca. Obama rindió homenaje a las revoluciones “amables” de Túnez y Egipto, merecedoras de la simpatía y/o el apoyo económico por parte del Imperio y de sus aliados occidentales. Los “tiranos” con patente de malos – Gaddafi, el Assad, Saleh, etc. – se llevaron la regañina: “dirigid la transición hacia la democracia o marcharos”, insinuó el dignatario estadounidense. Dinero para los “buenos”, armas y bombas contra los “malos”. Así podría resumirse la advertencia del número uno mundial a la hora de repartir las notas de buena conducta a los líderes árabes.


Obama se congratuló por la desaparición de Osama Bin Laden, el “asesino cuyo movimiento – Al Qaeda - estaba perdiendo relevancia”. Sin embargo, la estructura de la Red radical islamista aún sirve su cometido: generar odio y preocupación en Occidente.


Mas Obama sorprendió a la audiencia al abordar la espinosa cuestión palestina y defender la vuelta a los fronteras de 1967, alternativa que los conservadores hebreos se niegan a contemplar. Unas horas antes de su visita a los Estados Unidos, el primer ministro Netanyahu rechazó las propuestas de Obama. El líder del Likud tiene su propio plan, que preconiza la fragmentación del territorio palestino, así como la introducción de un sistema de semiautonomía para los pobladores de Cisjordania. ¿Y Gaza? Curiosamente, la cuestión es: ¿cómo borrar del mapa político de la zona la conflictiva Franja?


Volvimos a escuchar las palabras de siempre: “oportunidad histórica”, “camino hacia la paz”, “primavera árabe”… Son los típicos “clichés” que acompañan cualquier discurso sobre la necesidad de “pacificar” esa malhadada región; cualquier parto de los montes…

sábado, 14 de mayo de 2011

La Pax Obama



La ejecución de Osama Bin Laden, operativo llevado a cabo con magistral destreza y precisión por comandos especiales estadounidenses, logró relegar en un segundo, véase tercer plano, uno de los acontecimientos más importantes registrados en la región de Oriente Medio durante las últimas semanas: la reconciliación de las principales facciones palestinas - Al Fatah y Hamas - enfrentadas desde 2007, fecha en la cual el movimiento islámico se hizo con el poder en la Franja de Gaza, territorio caótico, difícilmente controlable por apparatchiks del laico Al Fatah.

En aquel entonces, los gobernantes de Tel Aviv no dudaron en echar las campanas al vuelo: “¿Cómo se puede dialogar con un Gobierno – la ANP de Ramallah – que apenas controla un 50 por ciento del territorio palestino?” Los ganadores de las elecciones celebradas en Israel en 2009 hicieron suya la negativa de hablar con la plana mayor de la Autoridad Nacional Palestina. El moderado Mahmúd Abbas, que había heredado las funciones del satanizado Yasser Arafat, se convertía a su vez en un personaje irrelevante, calificativo empleado por los políticos hebreos a la hora de buscar coartadas para rechazar el diálogo con la ANP.

Tampoco hay que extrañarse, pues, si a la hora de la verdad la reconciliación de las facciones palestinas fue calificada de “error fatal” por parte de la clase política hebrea. El primer ministro israelí no dudo en tildar al líder de la ANP de… traidor de los ideales de su pueblo, por haber preferido sellar las paces con los “terroristas de Hamas” en lugar de aceptar la negociación (¡que brilla por su ausencia!) con Israel. En resumidas cuentas: todos los pretextos son buenos para eludir el diálogo.

Huelga decir que Netanyahu, conocedor la de estrategia de Mahmúd Abbas, es incapaz de disimular su inquietud ante la maniobra de la OLP, que pretende solicitar a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebrará en septiembre próximo, el reconocimiento de un Estado palestino. Mas para ello, los palestinos tienen que ofrecer una imagen de unidad, una postura coherente. De ahí el deseo del Presidente de la ANP de archivar la pugna con el movimiento islámico, de crear un Gobierno de unidad nacional integrado por tecnócratas no pertenecientes a las facciones rivales, de anunciar la celebración de elecciones generales en un plazo de un año.

De ahí también el temor de los políticos hebreos ante la nueva realidad palestina, que facilitaría la aprobación de una resolución de las Naciones Unidas sobre el Estado palestino, apoyada por un centenar de países, liderados por potencias emergentes de Asia y América Latina. Una resolución que, la verdad sea dicha, tampoco cambiaría la situación de facto en Cisjordania y Gaza, pero sí acentuaría el aislamiento político y diplomático del Estado judío.

Conviene recordar que los gobernantes israelíes han sido incapaces de comprender y/o apreciar el su justo valor el impacto de los acontecimientos que tuvieron lugar últimamente en la zona y que exigen un cambio radical de táctica por parte de Tel Aviv. El inmovilismo ante la solución del conflicto israelo-palestino, podría llevar el agua al molino de los radicales islámicos: los Hermanos Musulmanes en Egipto, Jordania y Siria, Hezbollah, en el Líbano, etc. Sin embargo, el Primer Ministro Netanyahu prefiere hacer caso omiso de las consecuencias de la llamada “primavera árabe”, reservándose el derecho de presentar una nueva iniciativa diplomática ante…el Congreso de los Estados Unidos, partiendo obviamente del supuesto de que… “quién paga, manda”.

El inmovilismo de Netanyahu preocupa al actual inquilino de la Casa Blanca. Barack Obama sabe positivamente que Norteamérica no puede ni debe renunciar a su papel hegemónico en la región. Y ello, por la sencilla razón de que la aceptación de una iniciativa palestina o israelí acabaría erosionando en ya de por sí frágil prestigio de Washington en el mundo musulmán. El presidente de los Estados Unidos desvelará el próximo día 24, presentará, su propio plan de paz, tratando de adelantarse a las propuestas de Abbas y Netanyahu.

Queda por ver si la pax Obama no correrá la misma suerte que las decenas de iniciativas presentadas en los últimos 50 años por tantos, tantísimos hombres de buena voluntad. Perdón, estadistas de altos vuelos…

viernes, 6 de mayo de 2011

Osama


Exit Osama Bin Laden. Durante décadas, su nombre fue sinónimo de terror, odio y destrucción. El multimillonario saudí hizo suya la ideología más radical, la opción más dañina de la pugna entre las grandes religiones monoteístas. Enfrentar el Islam al judaísmo y el cristianismo, acentuar las diferencias culturales, apostar por la intolerancia y la incomprensión, fueron los caballos de batalla de Osama Bin Laden. “Ten cuidado con este hombre; es saudí y, aparentemente, trabaja para la CIA”, me advirtió hace años un buen amigo musulmán, refinado intelectual y ferviente partidario de la convivencia entre seres procedentes de culturas distintas. Procedía de un pequeño pueblo del Mar Caspio, donde musulmanes chiítas, armenios, judíos y mazdeístas se entremezclaban.

“Ten cuidado con este hombre…”. Durante aquél encuentro fortuito, Bin Laden quiso saber cómo vivían sus “hermanos”, los pobladores de los campamentos de refugiados palestinos de Cisjordania y del Líbano, unos seres que me había tocado conocer pocos meses antes, durante la invasión israelí del país de los cedros. “¿Qué puedo hacer por ellos?”, preguntó seriamente. Obviamente, no podía imaginarme que la respuesta final sería la yihad – la “guerra santa contra los judíos y los cruzados”.

Pero no me cabe la menor duda de que ya en aquél entonces Osama tenía las ideas claras: después de la retirada de las tropas rusas de Afganistán, tocaba convertir el inhóspito país asiático en un laboratorio del Islam puro, inmaculado. Nada que ver, decía él, con el corrupto sistema saudí (que le protegió incluso después de los atentados del 11-S), o con el “tibio” Islam de los ayatolás iraníes, cuya revolución le parecía una inconsistente pantomima religiosa. Ya en la década de los 80, Bin Laden preconizaba el advenimiento de un sistema social basado en su interpretación del Corán, en su sentimiento de frustración, en sus hipotéticos traumas infantiles. Pero olvidan los analistas occidentales que Bin Laden era hijo del desierto, que sus parámetros poco o nada tenían que ver con las hipótesis expuestas en los libros de psiquiatría escritos por médicos austriacos de comienzos del siglo XX.

Osama Bin Laden fue, probablemente, un engendro de la CIA. Aprendió a odiar al enemigo, a librar una guerra sin cuartel contra los infieles que ocuparon la tierra del Islam, tanto en Afganistán como en Arabia Saudí, en el Líbano o en Palestina. Su baza: una inconmensurable fortuna que le permitía crear y armar ejércitos. Su punto débil: la excesiva confianza en los compañeros de viaje norteamericanos o británicos, dispuestos a sacrificarle en el ara del enfrentamiento ideológico.

En 1993, tras el desmoronamiento del imperio soviético, Occidente se apresuró en buscar un nuevo enemigo. Un enemigo funcional, fabricado por la maquinaria de propaganda estadounidense; un enemigo comodo para los aliados de la OTAN. El enemigo tenía nombre: el Islam. A partir de 1993, Bin Laden se convirtió en el máximo exponente del mal, en la encarnación del hasta entonces imaginario conflicto entre Oriente y Occidente.

Aún es prematuro evaluar si el distanciamiento de Bin Laden de sus aliados de Washington fue ficticio o real. Lo cierto es que el saudí desempeñó con éxito el papel de malo de la película, de traidor, de desagradecido… Después de los atentados de 2001, Osama desapareció en las montañas. Sus advertencias alimentaban las pesadillas de los órganos de seguridad occidentales; algunas de sus amenazas llegaron incluso a materializarse. Hace años, cuando los comandos especiales estadounidenses encontraron su huella en Pakistán, el entonces inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, optó por hacer caso omiso de los informes de la inteligencia USA: matar a Osama suponía convertirlo en un mártir; dejarlo con vida, en un mito para las legiones de jóvenes árabes que se identificaban con su ideario.

La cuota de Bin Laden (y de Al Qaeda) empezó a bajar hace unos meses, tras el estallido de las revueltas de Túnez y Egipto. La (mal) llamada revolución de Tweeter y Facebook, preparada con años de antelación, daba el paso a otros protagonistas árabes, más modernos, menos sanguinarios. Ante el cambio de guión, se imponía un cambio de actores. La abominable opción Al Qaeda parecía haber cumplido su cometido. La operación Kill Bin finalizó con éxito el mismo día en el que los aviones de la OTAN fracasaron en su intento de asesinar al dictador libio Mommar al Gaddafi.

viernes, 15 de abril de 2011

Siria: entre el "malo conocido" y el caos por descubrir


Después de varios días de titubeos, el presidente sirio, Bashar el Assad, anunció una remodelación del Gabinete dimisionario, optando por la presencia en el nuevo Ejecutivo de políticos fieles, pertenecientes a la nomenclatura del Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baath). Pocas caras cambian, pues, en el Gobierno de Damasco; pocas opciones de auténtica liberalización se divisan en el horizonte político del país de los omeyas.

Los enfrentamientos entre la oposición y las fuerzas gubernamentales se multiplican. La violencia, las detenciones arbitrarias, la omnipotencia de los servicios secretos, el férreo control de los medios de comunicación han sido y siguen siendo las herramientas empleadas el clan de los alauíes instalado en el poder desde la sexta década del siglo XX.

Hace diez años, cuando el joven e inexperto oftalmólogo Bashar el Assad “heredó” – tras el fallecimiento de su padre - la presidencia del país, los politólogos occidentales no dudaron en vaticinar su rápida y estrepitosa caída. Y ello, con un razonamiento a la vez sencillo y muy simplista: ¿qué se puede esperar del vástago de un tirano? En aquél entonces, el rey Abdalá de Jordania trató de tranquilizar al aliado transatlántico: “No hay que preocuparse sobremanera. Bashar y yo tenemos muchas cosas en común: los dos pertenecemos a la generación de Internet”. Sin embargo, cuando en recién estrenado presidente trató de liberalizar el acceso de los sirios a la Red, tropezó con el veto de los poderes fácticos: la vieja guardia del Partido, valedora del sistema represivo introducido por su padre, Hafez el Assad.

Durante algún tiempo, se especuló con el sincero deseo de Bashar de introducir reformas políticas y sociales, de acabar con las desigualdades y las injusticias de un sistema de gobierno cuyos pilares eran el Ejército controlado por oficiales alauíes y la nueva clase media, integrada por los comerciantes sunitas. Sin embargo, el cambio supuestamente deseado por el Presidente no llegó a materializarse.

La situación experimentó un cambio radical hace unas semanas, tras el éxito de la revolución tunecina y la renuncia del Presidente Mubarak – ambas promovidas cuando no impuestas por las fuerzas armadas de los respectivos países. En Siria, donde la oposición tenía un escasísimo margen de maniobra, los promotores de la Declaración de Damasco - manifiesto político adoptado en 2005 - lideraron las protestas populares. Sus reivindicaciones podrían resumirse de la siguiente manera: mayor libertad religiosa y de pensamiento; una mejor distribución de la riqueza; nuevos impulsos a la liberalización económica; y un cambio del actual sistema de gobierno, que permite el control socioeconómico del país por la minoría alauí, a la que pertenece el clan de los Assad.

Las cartas de naturaleza de la oposición estriban en la pertenencia a tribus o familias no relacionadas con la historia del Partido Baath, que han destacado en la lucha contra el colonialismo francés y el actual régimen autoritario y/o una presencia activa y continuada en la llamada “blogosfera”, mundillo de las redes sociales que propició los movimientos de protesta.

La agresividad del núcleo duro de la oposición ha sido alimentada por una situación socioeconómica desastrosa. A la falta de inversiones, la ausencia de nuevas tecnologías y de métodos de gestión económica modernos se suman los lastres de la burocracia y la corrupción. Por si fuera poco, el país ha padecido – desde 2006 - cuatro años de devastadora sequía. Se calcula que 2 ó 3 millones de personas viven actualmente por debajo del umbral de pobreza.

Sin olvidar, claro está, el peso de las sanciones económicas impuestas por las sucesivas Administraciones norteamericanas, empeñadas en mantener al régimen de Damasco en la lista de países que apoyan el terrorismo internacional. De hecho, la alianza estratégica entre Siria e Irán y el apoyo de Damasco a las agrupaciones islámicas radicales, como por ejemplo Hezbollah (Líbano) o Hamas (Palestina), no facilitan los intentos de lavado de cara del establishment sirio.

Finalmente, conviene señalar que la confrontación entre los detractores del régimen y los partidarios de El Assad plantea serios (y extraños) interrogantes. Hoy por hoy, el Ejército y la acomodada clase media suni temen una posible victoria del movimiento popular, que se nutre ante todo en la población rural. Estiman los partidarios del statu quo que el éxito de este movimiento llevaría al desmembramiento violento de la sociedad, lo que desembocaría forzosamente en un prolongado período de inestabilidad política, cuando no en el caos. Tal vez por ello algunas potencias regionales y/o democracias occidentales prefieren apoyar, en su foro interno, al… malo conocido.

viernes, 8 de abril de 2011

¿Un Estado palestino? Sí, ¡gracias!


La espectacular oleada de revueltas que hacen temblar los cimientos de los arcaicos regímenes de Oriente Medio y el Norte de África ha logrado relegar en un segundo, véase tercer plano, los reñidos combates ideológicos que se están librando desde hace meses las diplomacias israelí y palestina. Durante las primeras semanas de enero, los medios de comunicación occidentales aún se hacían eco de la imparable ofensiva llevada a cabo por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para lograr el reconocimiento de facto del Estado palestino por los países latinoamericanos. La “operación sonrisa” surtió efecto: tanto Argentina como Brasil, gigantes del continente americano que, dicho sea de paso, cuentan con nutridas comunidades israelitas, optaron por dar luz verde al reconocimiento. Acto seguido, los emisarios de la ANP centraron su interés en algunos Estados de América Central – Honduras, Guatemala y El Salvador – países pequeños, pero muy activos e influyentes en las Naciones Unidas.

Pero, ¿qué pretenden los palestinos? El principal objetivo de estas maniobras consiste en lograr la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas de una resolución recomendando cuando no exigiendo la creación del Estado palestino. La Asamblea es, de hecho, el único órgano de la ONU donde los amigos de Israel – Estados Unidos y/o Inglaterra – no pueden ejercer su derecho de veto. Estiman los analistas políticos israelíes que la estrategia empleada por la ANP es correcta, ya que los palestinos han logrado ganar la ofensiva propagandística.

Subsisten, por supuesto, muchos interrogantes, como por ejemplo la actitud de la Unión Europea, hasta ahora muy propensa a poner en tela de juicio la oportunidad de declarar “unilateralmente” la independencia de los territorios palestinos. El frente de rechazo europeo está liderado por Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, incondicionales de Israel. Sin embargo, hay quien estima que la cohesión de “los 27” podría romperse. El primer país “disidente”, es decir, dispuesto a apartarse de la línea de conducta común, sería España. Seguirán su ejemplo Eslovaquia y los Estados nórdicos – Suecia, Finlandia y Noruega, este último, no miembro de la Unión. A ello se suma, claro está, la postura muy firme de Rusia, heredera de la política meso-oriental de la Unión Soviética. El presidente Medvedev reiteró durante su reciente gira por Oriente Medio el apoyo de Moscú a creación del Estado palestino. Más aún: Rusia, que forma parte del Cuarteto para Oriente Medio, sigue barajando la opción de patrocinar una conferencia internacional sobre la paz en la zona.

Hoy por hoy, resulta sumamente arriesgado evaluar las repercusiones políticas de un posible voto positivo de la Asamblea de la ONU. Al parecer, la Cancillería israelí está considerando todas las opciones, sin descartar las más “catastróficas”, la peores para el Estado judío. Según el rotativo hebreo “Ha’aretz”, ha diseñado el mapa de un futuro estado palestino independiente. El borrador se limita a reconocer y aceptar el statu quo actual, concediendo a los palestinos un 40 ó 45 por ciento de los territorios de Cisjordania. Todo ello, dentro de unas fronteras provisionales, cuyo trazado definitivo se decidirá en consultas bilaterales.

Ante la amenaza que supone la avalancha provocada por la diplomacia palestina, las autoridades de Tel Aviv tratan por todos los medios de conseguir la anulación del informe Goldstone, redactado por un jurista sudafricano de origen judío, que condena la actuación de las tropas hebreas (aunque también, de Hamas) durante la invasión de la Franja de Gaza a finales de 2008 y comienzos de 2009. Pero Richard Goldstone, desprestigiado tanto en Israel como en las comunidades de la diáspora, no quiere dar su brazo a torcer. Claro que del “escamoteo” del informe depende el éxito o el fracaso de la contraofensiva diplomática de Tel Aviv en el palacio de cristal de Manhattan.

De aquí a septiembre, Israel jugará todas sus bazas. Esta vez, en un ambiente socio-político diferente. El Estado judío ya no puede enorgullecerse de ser la única democracia de Oriente Medio. Los vientos de cambio que soplan en la región deberían incitar al establishment de Tel Aviv a adoptar una postura más dialogante para con sus vecinos árabes. Guste o no al ala más conservadora de la clase política hebrea. Guste o no a los aliados incondicionales de Israel.

viernes, 18 de marzo de 2011

Los musulmanes y la democracia


Los musulmanes no están preparados para la democracia”, profetizaba hace un par de lustros Bernard Lewis, uno de los más afamados islamólogos estadounidenses. Mas el viejo profesor, considerado uno de los mejores expertos en el mundo árabe-musulmán, añadía: “…pero están deseando que los Estados Unidos invadan sus países, acaben con los regímenes autoritarios e instauren la democracia”.

Después de estas desafortunadas declaraciones, que se limitaban a avalar las aventuras bélicas de George W. Bush en Afganistán e Irak, Bernard Lewis se tornó – en los ojos de los árabes – en un viejo judío inglés adicto a los designios neocolonialistas del “Imperio yanqui”.

Los acontecimientos de las últimas semanas – las revueltas “amables” de Túnez y Egipto – el levantamiento de las clases medias libias contra el régimen del sanguinario coronel Gaddafi – pusieron de manifiesto los errores de Bernard Lewis. Es cierto que los últimos documentos elaborados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reflejaban una realidad completamente distinta. El informe sobre el desarrollo humano en el mundo árabe, publicado a finales de 2009, señala que las prioridades de la sociedad musulmana son: la pobreza, las deficiencias del sistema sanitario, el desempleo, la corrupción, etc. Los derechos humanos y los cambios de los sistemas sociales ocupan un modesto penúltimo lugar en la lista.

Muy parecidas son las conclusiones de la encuesta bienal minuciosamente preparada por la Universidad de Harvard, que señalan que la mayor preocupación de los habitantes de Oriente Medio es la imposibilidad de resolver el conflicto israelo-palestino o la humillación de las masas árabes por las potencias occidentales, Estados Unidos y sus aliados.
Cabe preguntarse, pues: ¿qué pasó en Túnez para desencadenar esta oleada de imparables protestas, este conjunto de reivindicaciones sociales? ¿Qué está pasando en el mundo árabe, en estos países con estructuras sociales diferentes, con distintos niveles de desarrollo económico? Los jóvenes que lideran los movimientos de protesta no pertenecen a las capas más desfavorecidas de la sociedad; por el contrario, son, en su gran mayoría, profesionales formados en las mejores universidades de Oriente Medio y el Magreb, en centros docentes del llamado “primer mundo”.

No, la revolución tunecina, las revueltas de Egipto, no son frutos de la “propaganda de Al Jazira” o una confabulación de las redes sociales, como pretenden los círculos conservadores. Tanto la cadena de televisión qatarí como Facebook son meras cajas de resonancia, testigos de una juventud que ha perdido el miedo, que reclama más oportunidades de perfeccionamiento personal. Pero la condición sine que non para ello es la libertad. Una libertad hasta ahora inexistente en muchos países árabes de Magreb y Oriente Medio.

Apoyan este movimiento los antiguos izquierdistas de los años 60, los oportunistas que se arriman al carro buscando provecho personal, y los grupos de oposición islámicos, que hacia finales de la década de los 90 adoptaron un discurso basado en la convivencia, sea ésta real o ficticia.

Los movimientos islámicos legalizados tienen una larga tradición de participación en los procesos electorales de los países que cuentan con un sistema parlamentario abierto. Por regla general, nunca han conseguido más del 10% de los sufragios. Sin embargo, la oposición laica que surge en países como Túnez y Egipto parece más frágil que los movimientos religiosos, siendo las agrupaciones islámicas la opción mejor organizada y más estructurada.

¿Un peligro para la democracia? Una hipotética victoria electoral de los movimientos islámicos no se traduciría forzosamente en una repetición de la revolución iraní de 1979. Los partidos de corte islámico han demostrado su voluntad de integrarse en procesos pluralistas y/o de frenar los intentos de imponer modelos teocráticos.

¿Cuál ha de ser la aportación de Occidente? Por proximidad geográfica, Europa podría desempeñar un papel clave en el proceso de evolución política. Si bien la Unión Europea no puede ofrecer a sus vecinos del sur la integración plena, como en el caso de los países del Este europeo, es importante promover el concepto de “partenariado de vecindad”.

¿Y los Estados Unidos? Si bien la Administración Obama promueve el concepto de democracia, se trata más bien de un cambio de discurso, no de política. El principal interés de Washington es la estabilidad política de la región. Y la geopolítica energética, exige mantener las buenas relaciones con las monarquías petroleras del Golfo Pérsico.

viernes, 11 de febrero de 2011

Después de Mubarak, ¿qué?



Desde el pasado 25 de enero, las baterías de la diplomacia y los servicios de inteligencia israelíes se centran en el levantamiento popular que sacude el vecino Egipto. Los analistas hebreos no disimulan su inquietud al formular la ya inevitable pregunta: “Después de Mubarak, ¿qué?”. Obviamente, la era post-Mubarak implica el inicio de un traumático cambio en el equilibrio de fuerzas en el Oriente Medio. Un cambio ansiado por las masas árabes pero que preocupa a los políticos y los estrategas de Tel Aviv, que no dudaron en acomodarse durante décadas con alianzas contra natura, establecidas con gobiernos autoritarios. El caso de Egipto no es el único en los anales de la política exterior del Estado judío. Para contrarrestar las posibles críticas, los políticos hebreos aludieron siempre a la necesidad imperiosa de proteger a la población judía contra posibles ataques de los vecinos árabes.
Pero la defensa de los intereses nacionales, léase, de la seguridad de Israel, conlleva una serie de innegables injerencias en los asuntos de los Estados de la región. Basta con hacer memoria: en junio de 1981, un escuadrón de cazas israelíes llevó a cabo un espectacular operativo contra el reactor nuclear iraquí “Osirak”, construido con tecnología y financiación francesas. Los aviones militares sobrevolaron el espacio aéreo saudí, antes de adentrarse en el territorio de Irak.

El 13 de septiembre de 2001, apenas 48 horas después de los sangrientos atentados de Nueva York, el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, advirtió a su amigo y aliado George W. Bush que “Arafat era el Bin Laden palestino”. El ex general exigió la expulsión del líder nacionalista de los territorios palestinos o… ¡su eliminación! El proyecto se materializó años más tarde, cuando los “expertos” israelíes lograron, con la aquiescencia de Washington y la colaboración de traidores palestinos, envenenar a Arafat.

En noviembre de 2002, el establishment político israelí lanzó una nueva ofensiva. Esta vez, el blanco era… el programa nuclear iraní; un operativo que disimulaba un siniestro, ambicioso y peligroso proyecto destinado a fabricar armas atómicas. Durante años, los políticos y militares hebreos se dirigieron a los sucesivos presidentes norteamericanos, reclamando el derecho de… bombardear las instalaciones nucleares persas. Pero cuando las cosas se torcieron (a veces, Occidente se acuerda del vapuleado concepto de legalidad internacional), surgió la desafortunada metáfora “Ahmadinejad - Hitler”. Hasta el pasado 25 de enero, cuando la onda expansiva del terremoto egipcio sacudió los cimientos del mundo árabe, la campaña propagandística iba por buen camino.

Si para los pobladores de los Estados musulmanes de Oriente Medio y el Magreb la rebelión de las masas cairotas equivale a un rayo de luz en las tinieblas de unas estructuras autoritarias, para Israel la desaparición de Mubarak presupone la vuelta a la sensación de asfixia experimentada en las décadas de los 50 y 60. En efecto, el “rais” egipcio fue el mejor valedor de los acuerdos de paz sellados en Camp David en 1978.
Pero hay más: Mubarak ayudó a Israel a controlar a los radicales de Hamas, atrincherados en su feudo de Gaza. Los servicios secretos egipcios, dirigidos por el actual vicepresidente, Omar Suleiman, colaboraron con Israel durante las negociaciones con la ANP llevadas a cabo en El Cairo, así como en los preparativos para la retirada hebrea de la Franja de Gaza. Mientras las autoridades de Tel Aviv apuestan por Suleimán como posible reemplazo del presidente Mubarak, hay quien teme que la inclusión de los Hermanos Musulmanes en el proceso de democratización de la sociedad egipcia podría desembocar en el surgimiento de otro poderoso enemigo, que sumaría sus fuerzas a las de Hamas o Hezbollah, movimientos radicales que no disimulan su hostilidad hacia el sionismo. En una entrevista concedida esta semana, el portavoz del los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsy, dejó constancia de que los radicales islámicos no se opondrían a la “revisión de los acuerdos de Camp David”.

El primer ministro Netanyahu se arriesgó a llamar la atención públicamente a la Casa Blanca sobre el “peligro” que implica la desaparición de Hosni Mubarak del escenario político de la zona. Su desafortunada intervención generó una respuesta contundente por parte del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, quien invitó al dignatario hebreo a… “no inmiscuirse en los asuntos internos de Egipto”. Obviamente, los amigos de Israel tratan de tomar distancia.

viernes, 28 de enero de 2011

Palestina bien vale un "YaziLeaks"



En un mundo en el que la revelación de secretos oficiales vale su peso en oro (o en millones de dólares), alguien decidió que el mal llamado y peor llevado “proceso de paz” de Oriente Medio se merecía un pequeño escandalillo. Así podríamos resumir la iniciativa de la cadena de televisión catarí Al Yazira de publicar en su portal de Internet unos supuestos documentos confidenciales relativos a las negociaciones entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y el Estado de Israel. Los “papeles palestinos”, que los cataríes comparten con el rotativo británico The Guardian, parecen haber causado estupor en algunos círculos periodísticos, que desconocen los entresijos de las relaciones entre palestinos e israelíes. Merced a la ignorancia, el escándalo está servido. El que esto escribe prefiere emplear el vocablo “ignorancia”, sinónimo, en este caso concreto, de “mala fe”.

De hecho, el Yazileaks (variante catarí de WikiLeaks), se limita a reflejar, de manera meramente anecdótica, la sinuosa trayectoria de las negociaciones entre las dos comunidades, dirigidas por un árbitro poco imparcial – Estados Unidos – que desempeña gustosamente el papel de juez y parte en el proceso. De la lectura de los documentos queda constancia del escaso interés de las Administraciones norteamericanas en adoptar una postura ecuánime. En efecto, los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca tuvieron que claudicar ante la intransigencia israelí. Por su parte, los Secretarios de Estado llevaron una política de doble rasero, haciendo suyos los argumentos del establishment de Tel Aviv.

Pero vayamos por partes. Sorprende a los analistas de la cadena catarí la supuesta renuncia por parte de los negociadores palestinos a defender el derecho de retorno de los refugiados. Sin embargo, los documentos publicados hasta la fecha se hacen eco de la postura oficial de Israel durante y después de la Conferencia de Madrid, cuando la propuesta oficial de Tel Aviv contemplaba el retorno al territorio del Estado de Israel de unos 50 a 120.000 refugiados palestinos, en su gran mayoría, gente adinerada dispuesta a financiar proyectos empresariales bajo el paraguas hebreo. A ello se sumaba el desconcierto de la ANP, incapaz de concebir el reasentamiento en el exiguo territorio cisjordano de unos 2 a 4 millones de exiliados. El tema quedó, pues, pendiente debido a la incapacidad de ambas partes de hallar salidas airosas.

Tampoco las propuestas de un canje de territorios parece favorecer a los palestinos, quienes debían aceptar, a cambio de los barrios limítrofes de Jerusalén oriental, unos palmos de tierra desértica en el Néguev. ¿Contemplaba la ANP la posibilidad de ceder definitivamente la soberanía de los barrios árabes de Jerusalén al Estado Judío? La propuesta, formulada en reiteradas ocasiones por expertos de las dos comunidades, barajaba la posibilidad de una administración conjunta de la Ciudad Santa. En cuanto al control palestino sobre la Explanada de las Mezquitas se refiere, es preciso recordar que hace un par de décadas los estadistas hebreos parecían más propensos a negociar su traspaso a… la Corona wahabita. Pero las gestiones fracasaron; había que contentarse, en última instancia, con los interlocutores palestinos.

Al abordar el tema de la seguridad, conviene tener presente el hecho de que para los estrategas israelíes este concepto se aplica sola y únicamente a la población israelí. Los palestinos quedarían bajo “la tutela” del ejército hebreo.

Curiosamente, el único estadista israelí que logró desbloquear las consultas intercomunitarias fue el poco carismático Ehud Olmert, antiguo alcalde de Jerusalén, persuadido en su foro interno que la paz pasaba, forzosamente, por la convivencia. Su sucesor, Benjamín Netanyahu, ostensiblemente molesto por el camino recorrido durante el gobierno de Olmert, optó por hacer borrón y cuenta nueva, alegando que no hallaba interlocutores válidos en el bando palestino. Cuando Netanyahu lamenta la ausencia de interlocutores, se refiere obviamente a unos complacientes cipayos palestinos.

Pero hay más: durante el mandato de George W. Bush, se baraja la posibilidad de que Israel “traslade” a Cisjordania a ciudadanos árabes (israelíes) residentes en Galilea. ¿Sería este operativo de “limpieza étnica” un primer paso hacia el reconocimiento del carácter “judío” de Israel? El “YaziLeaks” no contesta a esta pregunta. Como tampoco ofrece respuestas claras a ningún interrogante relacionado con las luchas intestinas entre el sector laico de la ANP y los radicales de Hamás. Cabe preguntarse, pues: ¿a quién le favorece la filtración? Se aceptan apuestas/respuestas.

viernes, 21 de enero de 2011

El genio de la democracia recorre las tierras del Islam


Todos los gobernantes árabes miran hacia Túnez presa de pánico; todos los ciudadanos del mundo árabe dirigen sus miradas hacia Túnez con una extraña mezcla de esperanza y solidaridad”, afirmaba recientemente un politólogo egipcio, tratando de contestar a las preguntas, ¡ay! comprometidas y tal vez comprometedoras de una cadena de televisión estadounidense.

Sería sumamente difícil hallar una mejor definición del levantamiento popular que acabó con el largo reinado de terror impuesto al pequeño país norteafricano por la dictadura del coronel Zine El Abidine Ben Ali, el ex policía que derrocó, en 1987, al mítico Habib Bourguiba, padre del nacionalismo independentista y primer presidente de la República de Túnez.

El estado de salud de Bourguiba le incapacitó en varias ocasiones durante los últimos años de su mandato. Las prolongadas ausencias del Presidente entre 1980 y 1987 incitaron al entonces Primer Ministro, Zine Ben Alí, a urdir un complot contra el jefe del Estado. En 1987, aprovechando el apoyo del ejército y de las fuerzas de seguridad, el coronel protagonizó el primer golpe de estado en la historia del país. Exit Bourguiba; Bel Alí tomó las riendas del poder, aplicando a la totalidad de la población tunecina los “métodos de persuasión” empleados por sus colegas de los cuerpos de policía.
Conviene señalar que Zine Ben Alí nunca intentó forjarse una imagen de político demócrata. Ni falta que le hacía; asumió el poder en una época en la que todavía los gobernantes árabes se dividían en dos categorías: los “títeres de Moscú” y los “amigos de Occidente”. A estos últimos se les perdonaban los abusos, las violaciones de los derechos básicos de los ciudadanos, la brutalidad, el cinismo. Recordaban algunos el comentario del Presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, que trató de salirse del paso al hablar de un dictador latinoamericano con la famosa frase: “De acuerdo, es un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”. Ben Alí fue, durante décadas, el “bastardo” de París y de Washington. Y ello, por la sencilla razón de que los franceses pretendían mantener a toda costa su hegemonía en las antiguas colonias del Norte de África, mientras que los norteamericanos utilizaban las instalaciones estratégicas para vigilar a su guisa el Mar Mediterráneo. El statu quo logró perpetuarse hasta el día en que un obrero desempleado decidió inmolarse “a lo bonzo”. Un procedimiento digno de un hereje, que el Islam condena; los suicidas no van al paraíso…

Mas la oferta paradisíaca de los gobernantes árabes nada tiene que ver con la bucólica leyenda del Corán. La crisis económica mundial afecta seriamente el mundo árabe-musulmán. A las revueltas desencadenadas en los últimos años por el aumento del precio del pan, se suma el descontento provocado por el constante deterioro de los niveles de vida, por el paro galopante. Desalentados por la ausencia de perspectivas de una vida digna, los jóvenes prefieren emigrar a Occidente; los mayores tratan de encontrar salidas más o menos airosas…

Después del estallido de Túnez, la inmolación se ha convertido en el medio de expresión de una población desesperada. Egipcios y mauritanos siguieron el ejemplo; jordanos y argelinos manifiestan su solidaridad con los contestatarios.

Recuerdan las almas caritativas que los “bastardos de Occidente” participan activamente a la “guerra global contra el terrorismo” declarada por el ex presidente Bush. Es ésta una de las razones por las que nuestros gobernantes defienden a sus “bastardos”.

Pero los tiempos cambian; habrá que sustituir a los habituales “aliados” por seguidores más civilizados, menos sanguinarios. ¿Será difícil encontrarlos? Durante décadas, la propaganda occidental prefirió hacer suyo el argumento de los gobernantes autoritarios: “los árabes no estás preparados para vivir en democracia”. Sin embargo, hoy en día el “genio de la democracia”, liberado de su lámpara por los “hombres bonzo”, parece hallar cartas de naturaleza en tierras del Islam.

Occidente tiene que abandonar su proverbial miopía política si pretende evitar otro conflicto; el enfrentamiento con una población hasta ahora oprimida, engañada y relegada en un tercer plano por nuestros “amigos”, los “bastardos”.

viernes, 14 de enero de 2011

¿Un "enemigo" llamado Turquía?


Mucho tiempo después de que Jomeyni y Osama bin Laden sean olvidados, aventuro que Recep Tayyip Erdoğán y sus compañeros serán recordados como los artífices de una forma de islamismo más insidiosa y longeva", afirmaba recientemente Daniel Pipes, fundador y director del Middle East Forum, entidad ultraconservadora norteamericana que lleva años denunciando la supuesta “miopía” de la postura oficial de Washington frente al conflicto de Oriente Medio.

Pese a sus reiterados intentos de hacerse pasar por un experto en cuestiones relacionadas con los conflictos israelo-árabe o israelo-palestino, Pipes no deja de ser un mero “conservador” o “neoconservador” empeñado en imponer a los círculos políticos más influyentes de Washington los criterios del establishment israelí. En 2003, cuando el entonces Presidente George W. Bush anunció el nombramiento de Pipes en la Junta de Gobierno del Instituto Norteamericano para la Paz, las críticas empezaron a llover de todas partes. No sólo se rebelaron los miembros del Partido Demócrata, detractores a ultranza el ideario del profesor de Filadelfia, sino también los organismos pro derechos cívicos y, por supuesto, las asociaciones de árabes americanos, quienes no dudan en tildar a Pipes de “oveja negra” de los respetables analistas políticos estadounidenses.

Pero la guerra de Daniel Pipes no se limita sólo al conflicto étnico, religioso, cultural y territorial que opone a israelitas y mahometanos. El fundador del Middle East Forum va mucho más lejos, lanzando advertencias contra la islamización socio-político-religiosa llevada a cabo por el Gobierno de Recep Tayyip Erdoğán, detectada recientemente por sus congéneres, quienes se hicieron eco de la existencia de una “agenda secreta” o, para ponerlo en buen castellano, de un “programa oculto” de los islamistas de Ankara.

Ficticia o real, la “amenaza” denunciada por los neo-cons se articula en torno a acciones concretas, como por ejemplo el referéndum que abre la vía a la modificación de la Constitución turca, la pugna sobre la utilización del velo islámico en los lugares públicos, los juicios contra oficiales de alta graduación acusados de haber preparado un golpe de estado contra el Gobierno de corte islamista liderado por Erdoğán. La tesis de Pipes es, al menos aparentemente, muy sencilla: mientras el régimen iraní constituye un peligro inmediato para Occidente debido al desarrollo de su programa nuclear, el terrorismo, la agresividad ideológica y/o la posible formación de un "bloque de resistencia", en el caso de poder capearse y doblegarse la “amenaza”, el Irán tendría un potencial único a la hora de sacar a los musulmanes de la edad media del islamismo y encauzarlos hacia una forma más moderna, moderada y sociable de islam.
¿Y Turquía? Recuerda el director del “Middle East Forum” que Atatürk, el padre del Estado turco moderno, expulsó al islam de la vida pública durante el período 1923-38. No obstante, los islamistas llegaron a formar parte de un Gobierno de coalición en los años 70 del siglo pasado. Más aún, entre 1996 y 1997, lideraron un primer Gobierno religioso. Las agrupaciones políticas de corte islámico se alzaron con la victoria en las elecciones generales de 2002, al obtener la tercera parte de los votos. Los gobernantes obraron con innegable cautela y probada competencia hasta la consulta popular de 2007, cuando obtuvieron más de la mitad de los sufragios. Estima Pipes que a partir de entonces comenzó la política de intimidación, de va desde las multas excesivas impuestas a los medios críticos, pasando por casquivanas teorías conspirativas contra las fuerzas armadas. Los islamistas obtuvieron el 58% de los votos en el referéndum celebrado en septiembre de 2010 y parecen destinados a ganar los próximos comicios, que se celebrarán a mediados de 2011.

Mientras la administración turca representa contados peligros inmediatos, la implantación más sutil por su parte de los repugnantes principios del islamismo hacen que parezca inminente como futura amenaza”, escribe Daniel Pipes, quién añade: “…de ahí que el país de Oriente Medio que reclama una solución más inmediata (de la amenaza terrorista) pueda convertirse en el líder de la cordura y la creatividad…al tiempo que el más incondicional aliado musulmán de Occidente, en cinco décadas (Turquía) se podría transformar en la fuente más grave de acciones hostiles y reaccionarias”.

Sería interesante conocer la opinión del Presidente Barack Obama, defensor del diálogo entre Islam y Occidente.

Para el autor de estas líneas, los comentarios sobran.