lunes, 31 de mayo de 2010

El Club Bilderberg se reúne en España


El misterioso “Club Bilderberg”, que algunos detractores de la globalización no dudan en tildar de “gobierno oculto del planeta”, celebrará su próxima reunión anual del 3 al 6 de junio en la localidad catalana de Sitges. Los participantes en la conferencia abordarán con detenimiento la problemática de la crisis mundial, así como las serias dificultades estructurales con que tropiezan actualmente los países de la zona euro (Grecia, España y Portugal), sin olvidar las repercusiones de la guerra de Afganistán para el cada vez más frágil equilibrio del vecino Paquistán o la creciente tirantez en las relaciones entre Oriente y Occidente generada por el incontrolado programa nuclear iraní. Recordemos que Washington y sus aliados se resisten a avalar las propuestas sobre la supervisión de dicho programa por dos potencias emergentes – Turquía y Brasil.
Pero hoy por hoy, lo que de verdad preocupa a los grandes de este mundo es la rápida y constante erosión de las estructuras financieras internacionales. De ahí la necesidad de proceder a la remodelación del sistema monetario, tratando de establecer nuevos referentes. Entre las propuestas formuladas recientemente por los expertos norteamericanos destaca la posibilidad de convertir el Fondo Monetario Internacional (FMI) en una especie de “órgano mundial de supervisión” de las finanzas. Esta es, según los periodistas del portal Internet American Free Press, detractores de la globalización y/o del Nuevo Orden Mundial ideado por George Bush (padre), una de las opciones vehiculadas por los medios de comunicación “controlados” por el Grupo de Bilderberg.
Subsiste el interrogante: ¿qué intereses ocultos se disimulan detrás de este opaco Club, de este misterioso grupo de presión? El secretismo de los organizadores, la discreción de los participantes en las conferencias anuales, el perfil de las personalidades que acuden a estas discretas citas – políticos, empresarios y militares - , la férrea vigilancia ejercida por los servicios de seguridad, supervisada año tras año por altos cargos de la CIA norteamericana, han generado un sinfín de rumores acerca del contenido de las deliberaciones secretas o discretas del Club. En este contexto, la publicación de las listas de invitados, único documento que facilita la secretaría de Bilderberg, nos ha parecido reveladora. Sabemos que en las últimas reuniones participaron el ex presidente Bill Clinton, el antiguo primer ministro británico Tony Blair, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, la secretaria de Estado Hillary Clinton, el ex presidente del Banco Mundial, Paul Wolfovitz, el ex secretario de defensa estadounidense Donald Rumsfeld, la presidente del Banesto, Ana Patricia Botín, el ex comisario europeo y ministro de hacienda español Pedro Solbes, así como directivos de las grandes compañías multinacionales IBM, Xerox, Royal Dutch Shell, Nokia, Daimler, etc.
Por regla general, los organizadores suelen invitar a dos representantes de cada país: un conservador y un liberal. Sin embargo, a veces los papeles se confunden. Los debates se centran en temas de actualidad. Sin embargo, el análisis del estado de la economía mundial figura siempre en el orden del día de estos encuentros.
Para los expertos del Centro de Estudios sobre la Globalización de Montreal (Canadá), el Grupo Bilderberg “no es un gobierno mundial oculto”, sino una organización que propicia las “tormentas de ideas” (brainstorming). Coinciden, sin embargo, en que Bilderberg es la “organización más influyente” del mundo.
Aparentemente, el Grupo no elabora directrices para la gobernanza mundial. Sus miembros prefieren definir su papel como un simple “foro para la socialización de las élites”. Sin embargo, quienes siguen a rajatabla las pautas (ideario) del Club Bilderberg tienen más probabilidades de ascenso en el escalafón de la burocracia institucional. De hecho, muchos de los políticos que participan en los encuentros anuales llegaron a desempeñar funciones clave en el establishment mundial. Más claro…

martes, 25 de mayo de 2010

Turquía: del kemalismo al nuevo otomanismo


Hace dos décadas, cuando los analistas políticos occidentales detectaron los primeros síntomas del resurgimiento de la influencia geopolítica de Turquía en el Mediterráneo oriental y la región del Cáucaso, parecía poco probable que el país al que los grandes de este mundo no dudaron el tildar, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, de “enfermo de Europa” iba a convertirse nuevamente en una potencia regional. El despertar del gigante otomano coincidió con el desmantelamiento de la URSS y la atomización del llamado “campo socialista”, agrupación de Estados de Europa oriental y central europeos sometidos al férreo control de Moscú por los artífices de los acuerdos de Yalta.
Sin embargo, tras la caída del muro de Berlín, la faz del mundo experimentó un cambio radical. En este contexto, Turquía – fiel aliado de la Alianza Atlántica, situado en la primera línea de combate contra el entonces “enemigo” ruso – empezó a desarrollar una política ambiciosa, destinada a recuperar su influencia cultural en las antiguas repúblicas soviéticas con población turcomana. La presencia de profesionales otomanos en los nuevos Estados del Cáucaso debía encauzar a los gobernantes de la era post-soviética hacia modelos de sociedad abiertos, basados en la aceptación de los principios democráticos y de la economía de mercado. A finales de los años 90, los turcos podían cantar victoria. Los valores defendidos por sus emisarios en la zona parecían haberse arraigado en las sociedades caucásicas.
Pero huelga decir que se trataba sólo de un primer paso hacia la meta designada por la clase política de Ankara, que añoraba el innegable esplendor del Imperio Otomano. En este caso concreto, no se trataba de volver a la época de los sultanes, sino de ofrecer a los países de la zona la imagen de una sociedad musulmana moderna, laicizada y, ¿por qué no? occidentalizada. El conjunto del “establishment” emanante del kemalismo apostó por esta opción. Con el paso del tiempo, Turquía se convirtió en un referente para la mayoría de sus vecinos árabes, en un interlocutor privilegiado entre las autoridades de Tel Aviv y los detractores del Estado judío, en el aliado estratégico de los ejércitos árabes y judío, en un discreto aunque eficaz intermediario en las titubeantes consultas entre sirios e israelíes, el garante (poco deseado) de la aún hipotética desnuclearización del Irán de los ayatolás. En resumidas cuentas, los políticos de Ankara reclamaban el derecho a “participar” en la elaboración y la puesta en práctica de las nuevas políticas regionales.
Conviene señalar que el despertar de Turquía y la aparición del llamado “neo otomanismo”, término acuñado recientemente por los partidos de corte islámico que gobiernan el país, no cuenta con la aceptación de la totalidad de los vecinos de la antigua potencia imperial. En efecto, pese a la reciente visita “histórica” del Primer Ministro turco, Recep Tayyep Erdogan, a Grecia y a la espectacular propuesta de reducir los presupuestos de defensa y dedicar los recursos financieros derivados del desarme a nuevos y ambiciosos proyectos de desarrollo económico, los politólogos helenos no parecen muy propensos a confiar en la buena voluntad del tradicional enemigo de la civilización helénica, recordando el “peligro” que supone la hegemonía turca en la región. Un peligro que para algunos se remonta a la batalla de Manzikert (1071), cuando los otomanos se adueñaron de gran parte de los Balcanes. Ficticio o real, el fantasma del “enemigo otomano” recuerda viejos rencores, heridas mal curadas por diez siglos de antagonismos.
Según el politólogo griego Giorgos Karampelias, las autoridades de Atenas tienen que hacer todo lo que esté en su poder para impedir el ingreso de Turquía en la UE; el verdadero “polo de estabilidad” balcánico ha de tener como referente a… Grecia. El economista ateniense parece dispuesto a olvidar que el ingreso de su país en la Comunidad Europea se hizo precipitadamente, para borrar las huellas de una sangrienta dictadura militar. En el caso de Turquía, el Gobierno Erdogan trata de limitar la influencia del hasta ahora todopoderoso ejército en la vida política del país. Cabe suponer que la pugna entre los islamistas del AKP y la cúpula del ejército no acabará con los cambios constitucionales aprobados recientemente, que los militares no renunciarán a su papel de jueces de la vida política, de árbitros de la presencia (o la retirada) de las tropas otomanas en el Norte de Chipre.
Si bien es cierto que el “neo-otomanismo” cuenta con detractores en la convulsa región del Mediterráneo oriental, también es obvio que la Turquía moderna, innegable potencia emergente, tiene derecho a participar activamente en la toma de decisiones en la zona. Guste o no a los políticos de Washington o de Bruselas, a los enemigos tradicionales de los otomanos…

jueves, 13 de mayo de 2010

La OIT lidera el combate contra el trabajo infantil

El segundo Informe Mundial sobre Trabajo Infantil, elaborado por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) en 2006, señalaba que se habían realizado importantes progresos en la lucha contra el trabajo infantil. Partiendo de este dato positivo, la OIT fijó una meta visionaria: eliminar las peores formas de explotación laboral de los niños para 2016. Sin embargo, el Tercer Informe Mundial, publicado en 2010, ofrece un panorama distinto y, hasta cierto punto, inquietante: el trabajo infantil continúa disminuyendo, pero a un ritmo más lento. Estiman los autores de este documento que si los países no modifican de manera radical su comportamiento, el objetivo de 2016 no será alcanzado.
Al evaluar los datos estadísticos disponibles, la Directora del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) de la OIT, Constance Thomas, hace especial hincapié en la excesivamente lenta reducción de la tasa de empleo infantil – alrededor del 3 por ciento en los últimos cuatro años – señalando que la batalla está lejos de terminar, ya que alrededor de 215 millones de niños siguen atrapados en las redes de explotación.
“La mayor disminución la observamos en los niños entre 5 y 14 años; en este grupo el trabajo infantil descendió en un 10 por ciento”, advierte la Sra. Thomas, quien insiste en subrayar los aspectos positivos. “Hay menos niños en trabajos peligrosos. Y es mejor así; de hecho, cuanto más peligroso es el trabajo y más vulnerables son los niños”, afirma la funcionaria de la OIT.
Según los autores del informe, presentado recientemente a los participantes en una conferencia internacional auspiciada por el Gobierno de los Países Bajos, los principales obstáculos que impiden alcanzar el objetivo de 2016 son: la magnitud del problema en África y Asia Meridional, las estructuras rígidas de la agricultura tradicional y las formas “ocultas” de explotación de los niños.
La disminución más importante de trabajo infantil se registró en las Américas, mientras que África sigue siendo la región con menores progresos. Otra región en la que se registra una situación crítica es Asia Meridional, donde se encuentra el mayor número de niños trabajadores y donde se requiere de un mayor compromiso por parte de los Gobiernos. Aunque no se dispone de datos recientes de los países árabes, se asume que el trabajo infantil sigue siendo un problema importante en la zona.
El informe analiza también las tendencias del trabajo infantil por edad y género. Por ejemplo, durante los últimos cuatro años el trabajo infantil ha aumentado entre los niños y disminuido entre las niñas. El principal sector para el trabajo infantil sigue siendo la agricultura, donde una gran mayoría de niños trabaja para su familia sin percibir remuneración alguna.
Otro factor clave es la situación económica mundial. Se cree que la crisis podría empujar a un mayor número de niños, en particular niñas, al trabajo infantil. Pero aún es demasiado temprano para hacer un análisis objetivo de la situación, ya que en algunas regiones el impacto de la recesión todavía no ha llegado a su auge. Aún así, al juzgar por crisis anteriores, cabe prever un incremento del trabajo infantil en países con bajos ingresos y, de manera especial, en los hogares más pobres. En este contexto, conviene señalar la necesidad de que los Gobiernos respeten los compromisos adquiridos en los foros internacionales, intensificando la lucha contra la explotación de los niños.
Entre las principales recomendaciones de la OIT contra el trabajo infantil destacan la necesidad de garantizar que todos los niños tengan acceso a la educación de calidad, la elaboración de estructuras y programas de protección social, la lucha contra la pobreza y la ratificación y aplicación de los convenios sobre la edad mínima de admisión al empleo.
Para lograr esta meta, es indispensable contar con la participación activa de empresarios, sindicatos y organizaciones que emanan de la sociedad civil.